III. SENTIDO CRISTIANO DE LA MUERTE
Si el momento del nacimiento está lleno de grandeza, con la muerte se asiste al derrumbamiento más absoluto de la persona.
Pocos temas han sufrido un cambio tan brusco en el pensamiento moderno como el de la muerte: de la obsesión por ella de la filosofía existencialista, se ha pasado a olvidarla en el pensamiento actual.
El dramatismo de la muerte está así formulado por el Concilio Vaticano II en los epígonos del existencialismo histórico: «El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. La semilla de eternidad que en sí lleva, por ser irreductible a la sola materia, se levanta contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no pueden calmar esta ansiedad del hombre: la prórroga de la longevidad que hoy proporciona la biología no puede satisfacer ese deseo del más allá que surge ineluctablemente del corazón humano» (GS, 18).
Dado que hoy a nivel intelectual no inquieta demasiado el tema de la muerte, una de las misiones de la Teología Moral es despertar en el hombre estas preguntas: ¿Qué sentido tiene la vida sí está destinada a morir? ¿Cómo vivir de forma que la muerte nos reafirme en los valores que aquí hemos practicado?
1. Enseñanzas bíblicas sobre la muerte
Las afirmaciones bíblicas más destacadas sobre el sentido de la muerte son las siguientes:
- La muerte, fin común de todos los hombres. A este respecto la Revelación hace de buen pedagogo recordando al hombre la universalidad de la muerte (2 Sam 14, 14; Eccl 3, 1-2).
- La muerte es el precio del pecado. Es una afirmación reiterada en el N. T. Es la tesis del conocido texto de San Pablo a los Romanos (Rom 5, 12). Pero, además del pecado de origen, el N. T. insiste en que el pecado siempre engendra la muerte (Rom 6, 21.23;! Cor 15, 33; 2 Cor 2, 16).
- La muerte es el fin del estadio terrestre. Algunas parábolas de Jesús tienen esta enseñanza (Mt 25). El N. T. alienta a los cristianos a perseverar hasta la muerte: «Sé fiel hasta le muerte y te daré la corona de la vida» (Apoc 2,10).
- La muerte es el comienzo de la vida eterna. Jesús, con vista a la muerte, propone la imagen de los dos caminos (Mt 7,13-14). Y el Apocalipsis cierra la Revelación con la promesa de dar la corona de la vida, al que «sea fiel hasta la muerte» (Apoc 2, l0).
2. Sentido cristiano de la muerte
Si la filosofía actual es menos sensible por el tema de la muerte, no cabe decir lo mismo de la teología. Y, a pesar de que algunos autores afirmen que es un tema profano a la teología y se ha inventado un nuevo término para designarla, «tanatología», no obstante no pocos autores han vuelto a reflexionar desde la fe acerca del sentido de la muerte.
Volver a plantear el sentido de la muerte es también un cometido de la Ética Teológica, dado que la creencia en el más allá, según las estadísticas, ha bajado notablemente. Y. sin caer en una ética exclusivamente escatológica. la moral cristiana, al mismo tiempo que urge las obligaciones morales en esta vida. no puede ocultar que una de las características de la moral del N. T. es que la conducta humana merece premio o castigo en la otra vida.
En relación con lo que aquí interesa, la enseñanza católica sobre la muerte cabe formularla en las siguientes proposiciones:
- La pregunta sobre la muerte es coincidente con la pregunta sobre la vida. Es decir, el creyente descubre el sentido de la vida humana a la luz de la creencia en la muerte, pues la vida adquiere su pleno sentido en el momento en que finaliza.
- La pregunta sobre la muerte cuestiona la existencia presente. La muerte ayuda a comprender el valor real del tiempo v de la vida de aquí. Desde la muerte se ve que la existencia humana está limitada por dos condiciones: es relativa y penúltima: sólo el «más allá» es absoluto v ultimo.
- La cuestión sobre la muerte es la respuesta sobre el sentido de la vida moral. La moral cristiana no es sólo una moral del tiempo presente, para «vivir bien», sino además para «morir bien». Esta idea quita cualquier solvencia a las doctrinas reencarnacionistas (cfr. CEC, 1013).
3. Derecho a morir con dignidad.
Las distintas etapas de la vida humana son dignas, pero el momento de la muerte merece especial atención porque la vida del enfermo está deteriorada y por ello más necesitada de atención. Además, la muerte es la preparación para la eternidad.
También en relación con la muerte la ciencia médica ha experimentado progresos técnicos en dos aspectos: en alargaría más de lo debido y en adelantaría antes de un óbito normal. En ambos casos se pueden violar los derechos del enfermo: el derecho a morir con la dignidad que le corresponde y el derecho a vivir el tiempo que Dios haya dispuesto a cada hombre. Estas distintas situaciones adquieren nombres diversos:
- Ortotanasia: Es la praxis médica por la cual se acepta la situación terminal de un enfermo y no se le aplican medios extraordinarios para alargar la vida más allá del tiempo debido.
- Distanasia: Es la acción médica de alargar la vida más de lo debido por motivos diversos: experiencias médicas, intereses familiares (herencias), sociales (un jefe político), etc.
Como es lógico, no siempre será fácil distinguir estos dos estados. Existen situaciones en las que será difícil fijar la frontera entre uno y otro. Por eso, el criterio determinante suele ser la «intención» y el «fin» que decide el juicio de cada una de estas dos situaciones. En caso de duda, puede decidir el equipo médico.
a) Valoración moral
La ortotanasia es lícita cuando a juicio del médico no deben aplicarse más medidas, dado que el enfermo se encuentra en estado terminal. El análisis y la características que se aplican para hablar de estado terminal, en general, están fijadas por la medicina. En un Documento oficial de la Santa Sede se afirma:
«En muchos casos, ¿no sería una tortura inútil imponer la reanimación vegetativa en la última fase de una enfermedad incurable? El deber del médico consiste más bien en hacer posible por calmar el dolor en vez de alargar el mayor tiempo posible, con cualquier medio v en cualquier condición, una vida que ya no es del todo humana y que se dirige naturalmente hacia su acabamiento» (A las Feder. lntern. de Asistencias Medicas Católicas, 1 -X-1970).
La Distanasia está prohibida, pues no respeta el derecho que tiene el hombre a morir con la dignidad que se merece. Lo que decide la moralidad de prolongar la vida son dos criterios: los medios empleados y el fin por el que se alarga la vida. En relación con los medios se aplica la teoría de «medios ordinarios» y «extraordinarios», que no siempre es fácil de fijar. Por ello, se prefiere hablar de medios «proporcionados». Pero más bien se ha de tomar como criterio de valoración ética el fin y la intención de mantener al enfermo terminal con medios que se juzgan desproporcionados. El Catecismo de la Iglesia Católica enseña:
«La interrupción de tratamientos médicos onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser legítima. Interrumpir estos tratamientos es rechazar el 'encarnizamiento terapéutico'. Con esto no se pretende provocar la muerte; se acepta no poder impedirla. Las decisiones deben ser tomadas por el paciente, si para ello tiene competencia y capacidad o si no por los que tienen derechos legales, respetando siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del paciente» (CEC, 2278).
b) La eutanasia. Su eticidad
«Eutanasia» deriva del griego «eu» (bueno) y «zánatos» (muerte), significa, pues «buen morir» o «buena muerte». De ahí deriva su acepción de «muerte feliz». El Diccionario de la Real Academia la define: «Muerte sin sufrimiento y, en sentido estricto, la que así se provoca voluntariamente».
Y la Encíclica Evangelium vitae la define:
«Por eutanasia en sentido verdadero y propio se debe entender una acción o una omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte. con el fin de eliminar cualquier dolor» (EV. 65).
El tema no es nuevo, se ha planteado en todas las épocas, pero lo que resulta novedoso es la defensa a ultranza, el requerimiento de una ley permisiva v la extensión que toma en nuestra cultura. La Congregación para la Doctrina de la Fe he emitido un amplio documento sobre el tema (DE, 27-VI-1980).
La eutanasia puede ser «activa» cuando es demandada por el mismo interesado y «pasiva», si se practica sin su consentimiento.
Los principios éticos que se ofrecen para la condena de la eutanasia, tanto activa como pasiva son los siguientes:
- Principio de inviolabilidad de la vida humana. El hombre no es dueño absoluto de la vida, por eso no puede disponer de ella, menos aún otros, como sucede en la eutanasia pasiva.
- Superioridad de la vida sobre otro valor. No hay valor que pueda compararse con la vida. Los que defienden la eutanasia, confunden la «dignidad», con la «compasión».
- Peligro de abuso por parte de las autoridades. No es un fantasma, permitida la eutanasia, siempre se encontrarán razones suficientes para aplicarla.
- Se resiente y baja el sentido moral de la sociedad. La vida es un don tan grande, que cuando se adquiere dominio para matarla surge un desmoronamiento de la ética social.
El juicio ético se formula así en el Documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe:
«Es necesario reafirmar con toda firmeza, que nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente. sea feto o embrión. niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie además puede pedir este gesto homicida para sí mismo o para otros confiados a su responsabilidad. ni puede consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo. Se trata. en efecto. de una violación de la ley divina. de una ofensa a la dignidad de la persona humana, de un crimen contra la vida. de un atentado contra la humanidad» (DE. 15).
La misma condena se repite en la Encíclica Evangelium vitae. Juan Pablo apela a esta fórmula tan solemne:
«De acuerdo con el Magisterio de mis Predecesores y en comunión con los Obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eutanasia es una grave violación de la Lev de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita: es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal. Semejante práctica conlleva, según las circunstancias, la malicia propia del suicidio o del homicidio» (EV, 65).
Conclusión: El Magisterio ha defendido siempre la vida humana, por lo que ha condenado cualquier regulación jurídica que permita violarla, y pone de manifiesto lo equívoco que es apelar a la admisión democrática, mediante una ley refrendada por la votación popular. Como resumen de este amplio magisterio, baste citar la Encíclica Evangelium vitae:
«Si la autoridad pública puede. a veces, renunciar a reprimir aquello que provocaría, de estar prohibido. un daño más grave, sin embargo, nunca puede aceptar legitimar, como derecho de los individuos -aunque éstos fueran la mayoría de los miembros de la sociedad-, la ofensa infligida a otras personas mediante la negación de un derecho suyo tan fundamental como el de la vida. La tolerancia legal del aborto o de la eutanasia no puede de ningún modo invocar el respeto de la conciencia de los demás. precisamente porque la sociedad tiene el derecho y el deber de protegerse de los abusos que se pueden dar en nombre de la conciencia y bajo el pretexto de la libertad» (EV. 71).
El magisterio de los últimos Papas ha proclamado el valor de la vida humana desde su concepción hasta su muerte en una cultura, que amplios sectores del pensamiento caracterizan como «cultura de la muerte». La Encíclica Evangelium vitae lo hace con estas duras palabras:
«En la búsqueda de las raíces más profundas de la lucha contra la 'cultura de la vida' y la 'cultura de la muerte', no basta detenerse en la idea de la libertad... Es necesario llegar al centro del drama vivido por el hombre contemporáneo: el eclipse del sentido de Dios y del hombre, característico del contexto social y cultural dominado por el secularismo, que con sus tentáculos penetrantes no deja de poner a prueba. a veces. a las mismas comunidades cristianas. Quien se deja contagiar por esta atmósfera, entra fácilmente en el torbellino de un terrible círculo vicioso: perdiendo el sentido de Dios, se pierde también el sentido del hombre, de su dignidad y de su vida».
Seguidamente, el Papa añade que en tales condiciones culturales, se puede llegar a corromper la recta razón para percibir a Dios:
«La violación sistemática de la ley moral. especialmente en el grave campo del respeto a la vida humana y a su dignidad. Produce una especie de progresiva ofuscación de la capacidad de percibir la presencia vivificante y salvadora de Dios» (EV, 21).
extracto del texto del Pbro. Luis Rifo F.
martes, 21 de abril de 2009
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