El uso proporcionado de los medios terapéuticos
Extracto de la Declaración "Iura et bona" sobre la Eutanasia
Es muy importante hoy día proteger, en el momento de la muerte, la dignidad de la persona humana y la concepción cristiana de la vida contra un tecnicismo que corre el riesgo de hacerse abusivo. De hecho algunos hablan de "derecho a morir" expresión que no designa el derecho de procurarse o hacerse procurar la muerte como se quiere, sino el derecho de morir con toda serenidad, con dignidad humana y cristiana. Desde este punto de vista, el uso de los medios terapéuticos puede plantear a veces algunos problemas.
En muchos casos, la complejidad de las situaciones puede ser tal que haga surgir dudas sobre el modo de aplicar los principios de la moral. Tomar decisiones corresponderá en último análisis a la conciencia del enfermo o de las personas cualificadas para hablar en su nombre, o incluso de los médicos, a la luz de las obligaciones morales y de los distintos aspectos del caso.
Cada uno tiene el deber de curarse y de hacerse curar. Los que tienen a su cuidado los enfermos deben prestarles su servicio con toda diligencia y suministrarles los remedios que consideren necesarios o útiles.
¿Pero se deberá recurrir, en todas las circunstancias, a toda clase de remedios posibles?
Hasta ahora los moralistas respondían que no se está obligado nunca al uso de los medios "extraordinarios". Hoy en cambio, tal respuesta siempre válida en principio, puede parecer tal vez menos clara tanto por la imprecisión del término como por los rápidos progresos de la terapia. Debido a esto, algunos prefieren hablar de medios "proporcionados" y "desproporcionados". En cada caso, se podrán valorar bien los medios poniendo en comparación el tipo de terapia, el grado de dificultad y de riesgo que comporta, los gastos necesarios y las posibilidades de aplicación con el resultado que se puede esperar de todo ello, teniendo en cuenta las condiciones del enfermo y sus fuerzas físicas y morales.
Para facilitar la aplicación de estos principios generales se pueden añadir las siguientes puntualizaciones:
A falta de otros remedios, es lícito recurrir, con el consentimiento del enfermo, a los medios puestos a disposición por la medicina más avanzada, aunque estén todavía en fase experimental y no estén libres de todo riesgo. Aceptándolos, el enfermo podrá dar así ejemplo de generosidad para el bien de la humanidad.
Es también lícito interrumpir la aplicación de tales medios, cuando los resultados defraudan las esperanzas puestas en ellos. Pero, al tomar una tal decisión, deberá tenerse en cuenta el justo deseo del enfermo y de sus familiares, así como el parecer de médicos verdaderamente competentes; éstos podrán sin duda juzgar mejor que otra persona si el empleo de instrumentos y personal es desproporcionado a los resultados previsibles, y si las técnicas empleadas imponen al paciente sufrimientos y molestias mayores que los beneficios que se pueden obtener de los mismos.
Es siempre lícito contentarse con los medios normales que la medicina puede ofrecer. No se puede, por lo tanto, imponer a nadie la obligación de recurrir a un tipo de cura que, aunque ya esté en uso, todavía no está libre de peligro o es demasiado costosa. Su rechazo no equivale al suicidio: significa más bien o simple aceptación de la condición humana, o deseo de evitar la puesta en práctica de un dispositivo médico desproporcionado a los resultados que se podrían esperar, o bien una voluntad de no imponer gastos excesivamente pesados a la familia o la colectividad.
Ante la inminencia de una muerte inevitable, a pesar de los medios empleados, es lícito en conciencia tomar la decisión de renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia, sin interrumpir sin embargo las curas normales debidas al enfermo en casos similares. Por esto, el médico no tiene motivo de angustia, como si no hubiera prestado asistencia a una persona en peligro.
martes, 18 de agosto de 2009
Declaración "Iura et bona" sobre la Eutanasia
Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe
Introducción
Los derechos y valores inherentes a la persona humana ocupan un puesto importante en la problemática contemporánea. A este respecto, el Concilio Ecuménico Vaticano II ha reafirmado solemnemente la dignidad excelente de la persona humana y de modo particular su derecho a la vida. Por ello ha denunciado los crímenes contra la vida, como "homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado" (Gaudium et spes, 27).
La Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, que recientemente ha recordado la doctrina católica acerca del aborto procurado (1), juzga oportuno proponer ahora la enseñanza de la Iglesia sobre el problema de la eutanasia.
En efecto, aunque continúen siendo siempre válidos los principios enunciados en este terreno por los últimos Pontífices (2), los progresos de la medicina han hecho aparecer, en los recientes años, nuevos aspectos del problema de la eutanasia que deben ser precisados ulteriormente en su contenido ético.
En la sociedad actual, en la que no raramente son cuestionados los mismos valores fundamentales de la vida humana, la modificación de la cultura influye en el modo de considerar el sufrimiento y la muerte; la medicina ha aumentado su capacidad de curar y de prolongar la vida en determinadas condiciones que a veces ponen problemas de carácter moral. Por ello los hombres que viven en tal ambiente se interrogan con angustia acerca del significado de la ancianidad prolongada y de la muerte, preguntándose consiguientemente si tienen el derecho de procurarse a sí mismos o a sus semejantes la "muerte dulce", que serviría para abreviar el dolor y sería, según ellos más conforme con la dignidad humana.
Diversas Conferencias Episcopales han preguntado al respecto a esta Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, la cual, tras haber pedido el parecer de personas expertas acerca de los varios aspectos de la eutanasia, quiere responder con esta Declaración a las peticiones de los obispos, para ayudarles a orientar rectamente a los fieles y ofrecerles elementos de reflexión que puedan presentar a las autoridades civiles a propósito de este gravísimo problema.
La materia propuesta en este documento concierne ante todo a los que ponen su fe y esperanza en Cristo, el cual mediante su vida, muerte y resurrección ha dado un nuevo significado a la existencia y sobre todo a la muerte del cristiano, según las palabras de San Pablo: "pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, morimos para el Señor. En fin, sea que vivamos, sea que muramos, del Señor somos" (Rom. 14, 8; Flp 1, 20).
Por lo que se refiere a quienes profesan otras religiones, muchos admitirán con nosotros que la fe ¬si la condividen¬ en un Dios creador, Providente y Señor de la vida confiere un valor eminente a toda persona humana y garantiza su respeto.
Confiamos, sin embargo, en que esta Declaración recogerá el consenso de tantos hombres de buena voluntad, los cuales, por encima de diferencias filosóficas o ideológicas, tienen una viva conciencia de los derechos de la persona humana. Tales derechos, por lo demás, han sido proclamados frecuentemente en el curso de los últimos años en declaraciones de Congresos Internacionales (3); y tratándose de derechos fundamentales de cada persona humana, es evidente que no se puede recurrir a argumentos sacados del pluralismo político o de la libertad religiosa para negarles valor universal.
I. Valor de la vida humana
La vida humana es el fundamento de todos los bienes, la fuente y condición necesaria de toda actividad humana y de toda convivencia social. Si la mayor parte de los hombres creen que la vida tiene un carácter sacro y que nadie puede disponer de ella a capricho, los creyentes ven a la vez en ella un don del amor de Dios, que son llamados a conservar y hacer fructificar. De esta última consideración brotan las siguientes consecuencias:
1. Nadie puede atentar contra la vida de un hombre inocente sin oponerse al amor de Dios hacia él, sin violar un derecho fundamental, irrenunciable e inalienable, sin cometer, por ello, un crimen de extrema gravedad (4).
2. Todo hombre tiene el deber de conformar su vida con el designio de Dios. Esta le ha sido encomendada como un bien que debe dar sus frutos ya aquí en la tierra, pero que encuentra su plena perfección solamente en la vida eterna.
3. La muerte voluntaria o sea el suicidio es, por consiguiente, tan inaceptable como el homicidio; semejante acción constituye en efecto, por parte del hombre, el rechazo de la soberanía de Dios y de su designio de amor. Además, el suicidio es a menudo un rechazo del amor hacia sí mismo, una negación de la natural aspiración a la vida, una renuncia frente a los deberes de justicia y caridad hacia el prójimo, hacia las diversas comunidades y hacia la sociedad entera, aunque a veces intervengan, como se sabe, factores psicológicos que pueden atenuar o incluso quitar la responsabilidad.
Se deberá, sin embargo, distinguir bien del suicidio aquel sacrificio con el que, por una causa superior ¬como la gloria de Dios, la salvación de las almas o el servicio a los hermanos¬ se ofrece o se pone en peligro la propia vida.
II. La eutanasia
Para tratar de manera adecuada el problema de la eutanasia, conviene ante todo precisar el vocabulario.
Etimológicamente la palabra eutanasia significaba en la antigüedad una muerte dulce sin sufrimientos atroces. Hoy no nos referimos tanto al significado original del término, cuanto más bien a la intervención de la medicina encaminada a atenuar los dolores de la enfermedad y da la agonía, a veces incluso con el riesgo de suprimir prematuramente la vida. Además el término es usado, en sentido mas estricto, con el significado de "causar la muerte por piedad", con el fin de eliminar radicalmente los últimos sufrimientos o de evitar a los niños subnormales, a los enfermos mentales o a los incurables la prolongación de una vida desdichada, quizás por muchos años que podría imponer cargas demasiado pesadas a las familias o a la sociedad.
Es pues necesario decir claramente en qué sentido se toma el término en este documento.
Por eutanasia se entiende una acción o una omisión que por su naturaleza, o en la intención, causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor. La eutanasia se sitúa pues en el nivel de las intenciones o de los métodos usados.
Ahora bien, es necesario reafirmar con toda firmeza que nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente, sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie además puede pedir este gesto homicida para sí mismo o para otros confiados a su responsabilidad ni puede consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo. Se trata en efecto de una violación de la ley divina, de una ofensa a la dignidad de la persona humana, de un crimen contra la vida, de un atentado contra la humanidad.
Podría también verificarse que el dolor prolongado e insoportable, razones de tipo afectivo u otros motivos diversos, induzcan a alguien a pensar que puede legítimamente pedir la muerte o procurarla a otros. Aunque en casos de ese género la responsabilidad personal pueda estar disminuida o incluso no existir, sin embargo el error de juicio de la conciencia ¬aunque fuera incluso de buena fe¬ no modifica la naturaleza del acto homicida, que en sí sigue siendo siempre inadmisible. Las súplicas de los enfermos muy graves que alguna vez invocan la muerte no deben ser entendidas como expresión de una verdadera voluntad de eutanasia; éstas en efecto son casi siempre peticiones angustiadas de asistencia y de afecto. Además de los cuidados médicos, lo que necesita el enfermo es el amor, el calor humano y sobrenatural, con el que pueden y deben rodearlo todos aquellos que están cercanos, padres e hijos, médicos y enfermeros.
III. El cristiano ante el sufrimiento y el uso de los analgésicos
La muerte no sobreviene siempre en condiciones dramáticas, al final de sufrimientos insoportables. No debe pensarse únicamente en los casos extremos. Numerosos testimonios concordes hacen pensar que la misma naturaleza facilita en el momento de la muerte una separación que sería terriblemente dolorosa para un hombre en plena salud. Por lo cual una enfermedad prolongada, una ancianidad avanzada, una situación de soledad y de abandono, pueden determinar tales condiciones psicológicas que faciliten la aceptación de la muerte.
Sin embargo se debe reconocer que la muerte precedida o acompañada a menudo de sufrimientos atroces y prolongados es un acontecimiento que naturalmente angustia el corazón del hombre.
El dolor físico es ciertamente un elemento inevitable de la condición humana, a nivel biológico, constituye un signo cuya utilidad es innegable; pero puesto que atañe a la vida psicológica del hombre, a menudo supera su utilidad biológica y por ello puede asumir una dimensión tal que suscite el deseo de eliminarlo a cualquier precio.
Sin embargo, según la doctrina cristiana, el dolor, sobre todo el de los últimos momentos de la vida, asume un significado particular en el plan salvífico de Dios; en efecto, es una participación en la pasión de Cristo y una unión con el sacrificio redentor que Él ha ofrecido en obediencia a la voluntad del Padre. No debe pues maravillar si algunos cristianos desean moderar el uso de los analgésicos, para aceptar voluntariamente al menos una parte de sus sufrimientos y asociarse así de modo consciente a los sufrimientos de Cristo crucificado (cf. Mt 27, 34). No sería sin embargo prudente imponer como norma general un comportamiento heroico determinado. Al contrario, la prudencia humana y cristiana sugiere para la mayor parte de los enfermos el uso de las medicinas que sean adecuadas para aliviar o suprimir el dolor, aunque de ello se deriven, como efectos secundarios, entorpecimiento o menor lucidez. En cuanto a las personas que no están en condiciones de expresarse, se podrá razonablemente presumir que desean tomar tales calmantes y suministrárseles según los consejos del médico.
Pero el uso intensivo de analgésicos no está exento de dificultades, ya que el fenómeno de acostumbrarse a ellos obliga generalmente a aumentar la dosis para mantener su eficacia. Es conveniente recordar una declaración de Pío XII que conserva aún toda su validez. Un grupo de médicos le había planteado esta pregunta: "¿La supresión del dolor y de la conciencia por medio de narcóticos ... está permitida al médico y al paciente por la religión y la moral (incluso cuando la muerte se aproxima o cuando se prevé que el uso de narcóticos abreviará la vida)?". El Papa respondió: "Si no hay otros medios y si, en tales circunstancias, ello no impide el cumplimiento de otros deberes religiosos y morales: Sí" (5). En este caso, en efecto, está claro que la muerte no es querida o buscada de ningún modo, por más que se corra el riesgo por una causa razonable: simplemente se intenta mitigar el dolor de manera eficaz, usando a tal fin los analgésicos a disposición de la medicina.
Los analgésicos que producen la pérdida de la conciencia en los enfermos, merecen en cambio una consideración particular. Es sumamente importante, en efecto, que los hombres no sólo puedan satisfacer sus deberes morales y sus obligaciones familiares, sino también y sobre todo que puedan prepararse con plena conciencia al encuentro con Cristo. Por esto, Pío XII advierte que "no es lícito privar al moribundo de la conciencia propia sin grave motivo" (6).
IV. El uso proporcionado de los medios terapéuticos
Es muy importante hoy día proteger, en el momento de la muerte, la dignidad de la persona humana y la concepción cristiana de la vida contra un tecnicismo que corre el riesgo de hacerse abusivo. De hecho algunos hablan de "derecho a morir" expresión que no designa el derecho de procurarse o hacerse procurar la muerte como se quiere, sino el derecho de morir con toda serenidad, con dignidad humana y cristiana. Desde este punto de vista, el uso de los medios terapéuticos puede plantear a veces algunos problemas.
En muchos casos, la complejidad de las situaciones puede ser tal que haga surgir dudas sobre el modo de aplicar los principios de la moral. Tomar decisiones corresponderá en último análisis a la conciencia del enfermo o de las personas cualificadas para hablar en su nombre, o incluso de los médicos, a la luz de las obligaciones morales y de los distintos aspectos del caso.
Cada uno tiene el deber de curarse y de hacerse curar. Los que tienen a su cuidado los enfermos deben prestarles su servicio con toda diligencia y suministrarles los remedios que consideren necesarios o útiles.
¿Pero se deberá recurrir, en todas las circunstancias, a toda clase de remedios posibles?
Hasta ahora los moralistas respondían que no se está obligado nunca al uso de los medios "extraordinarios". Hoy en cambio, tal respuesta siempre válida en principio, puede parecer tal vez menos clara tanto por la imprecisión del término como por los rápidos progresos de la terapia. Debido a esto, algunos prefieren hablar de medios "proporcionados" y "desproporcionados". En cada caso, se podrán valorar bien los medios poniendo en comparación el tipo de terapia, el grado de dificultad y de riesgo que comporta, los gastos necesarios y las posibilidades de aplicación con el resultado que se puede esperar de todo ello, teniendo en cuenta las condiciones del enfermo y sus fuerzas físicas y morales.
Para facilitar la aplicación de estos principios generales se pueden añadir las siguientes puntualizaciones:
A falta de otros remedios, es lícito recurrir, con el consentimiento del enfermo, a los medios puestos a disposición por la medicina más avanzada, aunque estén todavía en fase experimental y no estén libres de todo riesgo. Aceptándolos, el enfermo podrá dar así ejemplo de generosidad para el bien de la humanidad.
Es también lícito interrumpir la aplicación de tales medios, cuando los resultados defraudan las esperanzas puestas en ellos. Pero, al tomar una tal decisión, deberá tenerse en cuenta el justo deseo del enfermo y de sus familiares, así como el parecer de médicos verdaderamente competentes; éstos podrán sin duda juzgar mejor que otra persona si el empleo de instrumentos y personal es desproporcionado a los resultados previsibles, y si las técnicas empleadas imponen al paciente sufrimientos y molestias mayores que los beneficios que se pueden obtener de los mismos.
Es siempre lícito contentarse con los medios normales que la medicina puede ofrecer. No se puede, por lo tanto, imponer a nadie la obligación de recurrir a un tipo de cura que, aunque ya esté en uso, todavía no está libre de peligro o es demasiado costosa. Su rechazo no equivale al suicidio: significa más bien o simple aceptación de la condición humana, o deseo de evitar la puesta en práctica de un dispositivo médico desproporcionado a los resultados que se podrían esperar, o bien una voluntad de no imponer gastos excesivamente pesados a la familia o la colectividad.
Ante la inminencia de una muerte inevitable, a pesar de los medios empleados, es lícito en conciencia tomar la decisión de renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia, sin interrumpir sin embargo las curas normales debidas al enfermo en casos similares. Por esto, el médico no tiene motivo de angustia, como si no hubiera prestado asistencia a una persona en peligro.
Conclusión
Las normas contenidas en la presente Declaración están inspiradas por un profundo deseo de servir al hombre según el designio del Creador. Si por una parte la vida es un don de Dios, por otra la muerte es ineludible; es necesario, por lo tanto, que nosotros, sin prevenir en modo alguno la hora de la muerte, sepamos aceptarla con plena conciencia de nuestra responsabilidad y con toda dignidad. Es verdad, en efecto que la muerte pone fin a nuestra existencia terrenal, pero, al mismo tiempo, abre el camino a la vida inmortal. Por eso, todos los hombres deben prepararse para este acontecimiento a la luz de los valores humanos, y los cristianos más aún a la luz de su fe.
Los que se dedican al cuidado de la salud pública no omitan nada, a fin de poner al servicio de los enfermos y moribundos toda su competencia; y acuérdense también de prestarles el consuelo todavía más necesario de una inmensa bondad y de una caridad ardiente. Tal servicio prestado a los hombres es también un servicio prestado al mismo Señor, que ha dicho: "...Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40).
El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en el transcurso de una audiencia concedida al infrascripto cardenal Prefecto ha aprobado esta Declaración, decidida en reunión ordinaria de esta Sagrada Congregación, y ha ordenado su publicación.
Roma, desde la Sede de la Sagrada Congregación para la Doctrina le la Fe, 5 de mayo de 1980.
Cardenal Franjo SEPER, Prefecto
Jerôme HAMER, arzobispo titular de Lorium, Secretario.
Introducción
Los derechos y valores inherentes a la persona humana ocupan un puesto importante en la problemática contemporánea. A este respecto, el Concilio Ecuménico Vaticano II ha reafirmado solemnemente la dignidad excelente de la persona humana y de modo particular su derecho a la vida. Por ello ha denunciado los crímenes contra la vida, como "homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado" (Gaudium et spes, 27).
La Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, que recientemente ha recordado la doctrina católica acerca del aborto procurado (1), juzga oportuno proponer ahora la enseñanza de la Iglesia sobre el problema de la eutanasia.
En efecto, aunque continúen siendo siempre válidos los principios enunciados en este terreno por los últimos Pontífices (2), los progresos de la medicina han hecho aparecer, en los recientes años, nuevos aspectos del problema de la eutanasia que deben ser precisados ulteriormente en su contenido ético.
En la sociedad actual, en la que no raramente son cuestionados los mismos valores fundamentales de la vida humana, la modificación de la cultura influye en el modo de considerar el sufrimiento y la muerte; la medicina ha aumentado su capacidad de curar y de prolongar la vida en determinadas condiciones que a veces ponen problemas de carácter moral. Por ello los hombres que viven en tal ambiente se interrogan con angustia acerca del significado de la ancianidad prolongada y de la muerte, preguntándose consiguientemente si tienen el derecho de procurarse a sí mismos o a sus semejantes la "muerte dulce", que serviría para abreviar el dolor y sería, según ellos más conforme con la dignidad humana.
Diversas Conferencias Episcopales han preguntado al respecto a esta Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, la cual, tras haber pedido el parecer de personas expertas acerca de los varios aspectos de la eutanasia, quiere responder con esta Declaración a las peticiones de los obispos, para ayudarles a orientar rectamente a los fieles y ofrecerles elementos de reflexión que puedan presentar a las autoridades civiles a propósito de este gravísimo problema.
La materia propuesta en este documento concierne ante todo a los que ponen su fe y esperanza en Cristo, el cual mediante su vida, muerte y resurrección ha dado un nuevo significado a la existencia y sobre todo a la muerte del cristiano, según las palabras de San Pablo: "pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, morimos para el Señor. En fin, sea que vivamos, sea que muramos, del Señor somos" (Rom. 14, 8; Flp 1, 20).
Por lo que se refiere a quienes profesan otras religiones, muchos admitirán con nosotros que la fe ¬si la condividen¬ en un Dios creador, Providente y Señor de la vida confiere un valor eminente a toda persona humana y garantiza su respeto.
Confiamos, sin embargo, en que esta Declaración recogerá el consenso de tantos hombres de buena voluntad, los cuales, por encima de diferencias filosóficas o ideológicas, tienen una viva conciencia de los derechos de la persona humana. Tales derechos, por lo demás, han sido proclamados frecuentemente en el curso de los últimos años en declaraciones de Congresos Internacionales (3); y tratándose de derechos fundamentales de cada persona humana, es evidente que no se puede recurrir a argumentos sacados del pluralismo político o de la libertad religiosa para negarles valor universal.
I. Valor de la vida humana
La vida humana es el fundamento de todos los bienes, la fuente y condición necesaria de toda actividad humana y de toda convivencia social. Si la mayor parte de los hombres creen que la vida tiene un carácter sacro y que nadie puede disponer de ella a capricho, los creyentes ven a la vez en ella un don del amor de Dios, que son llamados a conservar y hacer fructificar. De esta última consideración brotan las siguientes consecuencias:
1. Nadie puede atentar contra la vida de un hombre inocente sin oponerse al amor de Dios hacia él, sin violar un derecho fundamental, irrenunciable e inalienable, sin cometer, por ello, un crimen de extrema gravedad (4).
2. Todo hombre tiene el deber de conformar su vida con el designio de Dios. Esta le ha sido encomendada como un bien que debe dar sus frutos ya aquí en la tierra, pero que encuentra su plena perfección solamente en la vida eterna.
3. La muerte voluntaria o sea el suicidio es, por consiguiente, tan inaceptable como el homicidio; semejante acción constituye en efecto, por parte del hombre, el rechazo de la soberanía de Dios y de su designio de amor. Además, el suicidio es a menudo un rechazo del amor hacia sí mismo, una negación de la natural aspiración a la vida, una renuncia frente a los deberes de justicia y caridad hacia el prójimo, hacia las diversas comunidades y hacia la sociedad entera, aunque a veces intervengan, como se sabe, factores psicológicos que pueden atenuar o incluso quitar la responsabilidad.
Se deberá, sin embargo, distinguir bien del suicidio aquel sacrificio con el que, por una causa superior ¬como la gloria de Dios, la salvación de las almas o el servicio a los hermanos¬ se ofrece o se pone en peligro la propia vida.
II. La eutanasia
Para tratar de manera adecuada el problema de la eutanasia, conviene ante todo precisar el vocabulario.
Etimológicamente la palabra eutanasia significaba en la antigüedad una muerte dulce sin sufrimientos atroces. Hoy no nos referimos tanto al significado original del término, cuanto más bien a la intervención de la medicina encaminada a atenuar los dolores de la enfermedad y da la agonía, a veces incluso con el riesgo de suprimir prematuramente la vida. Además el término es usado, en sentido mas estricto, con el significado de "causar la muerte por piedad", con el fin de eliminar radicalmente los últimos sufrimientos o de evitar a los niños subnormales, a los enfermos mentales o a los incurables la prolongación de una vida desdichada, quizás por muchos años que podría imponer cargas demasiado pesadas a las familias o a la sociedad.
Es pues necesario decir claramente en qué sentido se toma el término en este documento.
Por eutanasia se entiende una acción o una omisión que por su naturaleza, o en la intención, causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor. La eutanasia se sitúa pues en el nivel de las intenciones o de los métodos usados.
Ahora bien, es necesario reafirmar con toda firmeza que nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente, sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie además puede pedir este gesto homicida para sí mismo o para otros confiados a su responsabilidad ni puede consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo. Se trata en efecto de una violación de la ley divina, de una ofensa a la dignidad de la persona humana, de un crimen contra la vida, de un atentado contra la humanidad.
Podría también verificarse que el dolor prolongado e insoportable, razones de tipo afectivo u otros motivos diversos, induzcan a alguien a pensar que puede legítimamente pedir la muerte o procurarla a otros. Aunque en casos de ese género la responsabilidad personal pueda estar disminuida o incluso no existir, sin embargo el error de juicio de la conciencia ¬aunque fuera incluso de buena fe¬ no modifica la naturaleza del acto homicida, que en sí sigue siendo siempre inadmisible. Las súplicas de los enfermos muy graves que alguna vez invocan la muerte no deben ser entendidas como expresión de una verdadera voluntad de eutanasia; éstas en efecto son casi siempre peticiones angustiadas de asistencia y de afecto. Además de los cuidados médicos, lo que necesita el enfermo es el amor, el calor humano y sobrenatural, con el que pueden y deben rodearlo todos aquellos que están cercanos, padres e hijos, médicos y enfermeros.
III. El cristiano ante el sufrimiento y el uso de los analgésicos
La muerte no sobreviene siempre en condiciones dramáticas, al final de sufrimientos insoportables. No debe pensarse únicamente en los casos extremos. Numerosos testimonios concordes hacen pensar que la misma naturaleza facilita en el momento de la muerte una separación que sería terriblemente dolorosa para un hombre en plena salud. Por lo cual una enfermedad prolongada, una ancianidad avanzada, una situación de soledad y de abandono, pueden determinar tales condiciones psicológicas que faciliten la aceptación de la muerte.
Sin embargo se debe reconocer que la muerte precedida o acompañada a menudo de sufrimientos atroces y prolongados es un acontecimiento que naturalmente angustia el corazón del hombre.
El dolor físico es ciertamente un elemento inevitable de la condición humana, a nivel biológico, constituye un signo cuya utilidad es innegable; pero puesto que atañe a la vida psicológica del hombre, a menudo supera su utilidad biológica y por ello puede asumir una dimensión tal que suscite el deseo de eliminarlo a cualquier precio.
Sin embargo, según la doctrina cristiana, el dolor, sobre todo el de los últimos momentos de la vida, asume un significado particular en el plan salvífico de Dios; en efecto, es una participación en la pasión de Cristo y una unión con el sacrificio redentor que Él ha ofrecido en obediencia a la voluntad del Padre. No debe pues maravillar si algunos cristianos desean moderar el uso de los analgésicos, para aceptar voluntariamente al menos una parte de sus sufrimientos y asociarse así de modo consciente a los sufrimientos de Cristo crucificado (cf. Mt 27, 34). No sería sin embargo prudente imponer como norma general un comportamiento heroico determinado. Al contrario, la prudencia humana y cristiana sugiere para la mayor parte de los enfermos el uso de las medicinas que sean adecuadas para aliviar o suprimir el dolor, aunque de ello se deriven, como efectos secundarios, entorpecimiento o menor lucidez. En cuanto a las personas que no están en condiciones de expresarse, se podrá razonablemente presumir que desean tomar tales calmantes y suministrárseles según los consejos del médico.
Pero el uso intensivo de analgésicos no está exento de dificultades, ya que el fenómeno de acostumbrarse a ellos obliga generalmente a aumentar la dosis para mantener su eficacia. Es conveniente recordar una declaración de Pío XII que conserva aún toda su validez. Un grupo de médicos le había planteado esta pregunta: "¿La supresión del dolor y de la conciencia por medio de narcóticos ... está permitida al médico y al paciente por la religión y la moral (incluso cuando la muerte se aproxima o cuando se prevé que el uso de narcóticos abreviará la vida)?". El Papa respondió: "Si no hay otros medios y si, en tales circunstancias, ello no impide el cumplimiento de otros deberes religiosos y morales: Sí" (5). En este caso, en efecto, está claro que la muerte no es querida o buscada de ningún modo, por más que se corra el riesgo por una causa razonable: simplemente se intenta mitigar el dolor de manera eficaz, usando a tal fin los analgésicos a disposición de la medicina.
Los analgésicos que producen la pérdida de la conciencia en los enfermos, merecen en cambio una consideración particular. Es sumamente importante, en efecto, que los hombres no sólo puedan satisfacer sus deberes morales y sus obligaciones familiares, sino también y sobre todo que puedan prepararse con plena conciencia al encuentro con Cristo. Por esto, Pío XII advierte que "no es lícito privar al moribundo de la conciencia propia sin grave motivo" (6).
IV. El uso proporcionado de los medios terapéuticos
Es muy importante hoy día proteger, en el momento de la muerte, la dignidad de la persona humana y la concepción cristiana de la vida contra un tecnicismo que corre el riesgo de hacerse abusivo. De hecho algunos hablan de "derecho a morir" expresión que no designa el derecho de procurarse o hacerse procurar la muerte como se quiere, sino el derecho de morir con toda serenidad, con dignidad humana y cristiana. Desde este punto de vista, el uso de los medios terapéuticos puede plantear a veces algunos problemas.
En muchos casos, la complejidad de las situaciones puede ser tal que haga surgir dudas sobre el modo de aplicar los principios de la moral. Tomar decisiones corresponderá en último análisis a la conciencia del enfermo o de las personas cualificadas para hablar en su nombre, o incluso de los médicos, a la luz de las obligaciones morales y de los distintos aspectos del caso.
Cada uno tiene el deber de curarse y de hacerse curar. Los que tienen a su cuidado los enfermos deben prestarles su servicio con toda diligencia y suministrarles los remedios que consideren necesarios o útiles.
¿Pero se deberá recurrir, en todas las circunstancias, a toda clase de remedios posibles?
Hasta ahora los moralistas respondían que no se está obligado nunca al uso de los medios "extraordinarios". Hoy en cambio, tal respuesta siempre válida en principio, puede parecer tal vez menos clara tanto por la imprecisión del término como por los rápidos progresos de la terapia. Debido a esto, algunos prefieren hablar de medios "proporcionados" y "desproporcionados". En cada caso, se podrán valorar bien los medios poniendo en comparación el tipo de terapia, el grado de dificultad y de riesgo que comporta, los gastos necesarios y las posibilidades de aplicación con el resultado que se puede esperar de todo ello, teniendo en cuenta las condiciones del enfermo y sus fuerzas físicas y morales.
Para facilitar la aplicación de estos principios generales se pueden añadir las siguientes puntualizaciones:
A falta de otros remedios, es lícito recurrir, con el consentimiento del enfermo, a los medios puestos a disposición por la medicina más avanzada, aunque estén todavía en fase experimental y no estén libres de todo riesgo. Aceptándolos, el enfermo podrá dar así ejemplo de generosidad para el bien de la humanidad.
Es también lícito interrumpir la aplicación de tales medios, cuando los resultados defraudan las esperanzas puestas en ellos. Pero, al tomar una tal decisión, deberá tenerse en cuenta el justo deseo del enfermo y de sus familiares, así como el parecer de médicos verdaderamente competentes; éstos podrán sin duda juzgar mejor que otra persona si el empleo de instrumentos y personal es desproporcionado a los resultados previsibles, y si las técnicas empleadas imponen al paciente sufrimientos y molestias mayores que los beneficios que se pueden obtener de los mismos.
Es siempre lícito contentarse con los medios normales que la medicina puede ofrecer. No se puede, por lo tanto, imponer a nadie la obligación de recurrir a un tipo de cura que, aunque ya esté en uso, todavía no está libre de peligro o es demasiado costosa. Su rechazo no equivale al suicidio: significa más bien o simple aceptación de la condición humana, o deseo de evitar la puesta en práctica de un dispositivo médico desproporcionado a los resultados que se podrían esperar, o bien una voluntad de no imponer gastos excesivamente pesados a la familia o la colectividad.
Ante la inminencia de una muerte inevitable, a pesar de los medios empleados, es lícito en conciencia tomar la decisión de renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia, sin interrumpir sin embargo las curas normales debidas al enfermo en casos similares. Por esto, el médico no tiene motivo de angustia, como si no hubiera prestado asistencia a una persona en peligro.
Conclusión
Las normas contenidas en la presente Declaración están inspiradas por un profundo deseo de servir al hombre según el designio del Creador. Si por una parte la vida es un don de Dios, por otra la muerte es ineludible; es necesario, por lo tanto, que nosotros, sin prevenir en modo alguno la hora de la muerte, sepamos aceptarla con plena conciencia de nuestra responsabilidad y con toda dignidad. Es verdad, en efecto que la muerte pone fin a nuestra existencia terrenal, pero, al mismo tiempo, abre el camino a la vida inmortal. Por eso, todos los hombres deben prepararse para este acontecimiento a la luz de los valores humanos, y los cristianos más aún a la luz de su fe.
Los que se dedican al cuidado de la salud pública no omitan nada, a fin de poner al servicio de los enfermos y moribundos toda su competencia; y acuérdense también de prestarles el consuelo todavía más necesario de una inmensa bondad y de una caridad ardiente. Tal servicio prestado a los hombres es también un servicio prestado al mismo Señor, que ha dicho: "...Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40).
El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en el transcurso de una audiencia concedida al infrascripto cardenal Prefecto ha aprobado esta Declaración, decidida en reunión ordinaria de esta Sagrada Congregación, y ha ordenado su publicación.
Roma, desde la Sede de la Sagrada Congregación para la Doctrina le la Fe, 5 de mayo de 1980.
Cardenal Franjo SEPER, Prefecto
Jerôme HAMER, arzobispo titular de Lorium, Secretario.
jueves, 13 de agosto de 2009
Ministro de Justicia: "No cabe objeción de conciencia para los médicos"
MADRID, 12 Ago. 09 / 01:12 pm (ACI/Europa Press)
El Ministro de Justicia de España, Francisco Caamaño, rechaza la creación de un registro de médicos y sanitarios que quieran objetar a la futura ley del aborto por motivos éticos o morales, y asegura que "no cabe la objeción de conciencia" en relación con este asunto porque conllevaría un acto de "desobediencia civil".
"En nuestro país no hay más objeción de conciencia que aquélla que está expresamente establecida en la Constitución o por el legislador en las Cortes Generales. Todos estamos sometidos a la ley. Las ideas personales no pueden excusarnos del cumplimiento de la ley porque, si no, nos llevaría en muchísimos temas, en éste y en otros muchos, a la desobediencia civil", afirma Caamaño en una entrevista concedida a Europa Press.
Aunque admite que "hay supuestos en los que debe haber objeción de conciencia", el titular de Justicia señala que este derecho debe ser regulado por "el único órgano constitucional que puede regular los derechos fundamentales de los ciudadanos", en referencia a las Cortes Generales. "Allí donde no hay una ley que lo permita, estoy con el Tribunal Supremo y su sentencia sobre Educación para la Ciudadanía. No cabe la objeción de conciencia", zanja.
Menores de 16 años
En relación con la posibilidad de que las menores de 16 años puedan abortar sin el consentimiento paterno, recuerda que, "más allá" de la negociación que puedan llevar a cabo los grupos parlamentarios durante la tramitación del proyecto, ésta es la edad que marca la mayoría de edad sanitaria en España y "en casi todos los países de nuestro entorno".
"¿Por qué no puede serlo para este tipo de prácticas si lo es para otro?", se pregunta el ministro antes de recalcar que "la confianza no la sustituye el Derecho". "El Derecho regula el matrimonio, no regula el amor. El Derecho regula las relaciones de familia, no la confianza entre los miembros de la familia", sostiene.
A este respecto, considera "muy preocupante" que la obligación de autorización por parte de los padres pueda llevar a una menor de 16 años a "un circuito sanitario que no esté homologado y que no tenga la calidad de un sistema público". "Eso me preocupa como padre y como ciudadano de este país", afirma.
Negociación parlamentaria
Caamaño, además, defiende "plenamente" la "constitucionalidad" del anteproyecto de ley impulsado por la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, al considerar que no introduce "ningún elemento excepcional o distinto" al recogido en la legislación de otros países occidentales.
No obstante, se muestra abierto a que la negociación en las Cortes pueda establecer "alguna modulación" al proyecto, entre las que cita una aplicación del "modelo francés", en el que la menor debe acudir a los servicios sanitarios "acompañada de un adulto". "No de sus padres, puede ser su novio", matiza antes de defender la posibilidad de que las menores de 18 años que quieran abortar tengan que recibir "refuerzos de información" en el sistema sanitario.
El Ministro de Justicia de España, Francisco Caamaño, rechaza la creación de un registro de médicos y sanitarios que quieran objetar a la futura ley del aborto por motivos éticos o morales, y asegura que "no cabe la objeción de conciencia" en relación con este asunto porque conllevaría un acto de "desobediencia civil".
"En nuestro país no hay más objeción de conciencia que aquélla que está expresamente establecida en la Constitución o por el legislador en las Cortes Generales. Todos estamos sometidos a la ley. Las ideas personales no pueden excusarnos del cumplimiento de la ley porque, si no, nos llevaría en muchísimos temas, en éste y en otros muchos, a la desobediencia civil", afirma Caamaño en una entrevista concedida a Europa Press.
Aunque admite que "hay supuestos en los que debe haber objeción de conciencia", el titular de Justicia señala que este derecho debe ser regulado por "el único órgano constitucional que puede regular los derechos fundamentales de los ciudadanos", en referencia a las Cortes Generales. "Allí donde no hay una ley que lo permita, estoy con el Tribunal Supremo y su sentencia sobre Educación para la Ciudadanía. No cabe la objeción de conciencia", zanja.
Menores de 16 años
En relación con la posibilidad de que las menores de 16 años puedan abortar sin el consentimiento paterno, recuerda que, "más allá" de la negociación que puedan llevar a cabo los grupos parlamentarios durante la tramitación del proyecto, ésta es la edad que marca la mayoría de edad sanitaria en España y "en casi todos los países de nuestro entorno".
"¿Por qué no puede serlo para este tipo de prácticas si lo es para otro?", se pregunta el ministro antes de recalcar que "la confianza no la sustituye el Derecho". "El Derecho regula el matrimonio, no regula el amor. El Derecho regula las relaciones de familia, no la confianza entre los miembros de la familia", sostiene.
A este respecto, considera "muy preocupante" que la obligación de autorización por parte de los padres pueda llevar a una menor de 16 años a "un circuito sanitario que no esté homologado y que no tenga la calidad de un sistema público". "Eso me preocupa como padre y como ciudadano de este país", afirma.
Negociación parlamentaria
Caamaño, además, defiende "plenamente" la "constitucionalidad" del anteproyecto de ley impulsado por la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, al considerar que no introduce "ningún elemento excepcional o distinto" al recogido en la legislación de otros países occidentales.
No obstante, se muestra abierto a que la negociación en las Cortes pueda establecer "alguna modulación" al proyecto, entre las que cita una aplicación del "modelo francés", en el que la menor debe acudir a los servicios sanitarios "acompañada de un adulto". "No de sus padres, puede ser su novio", matiza antes de defender la posibilidad de que las menores de 18 años que quieran abortar tengan que recibir "refuerzos de información" en el sistema sanitario.
lunes, 27 de julio de 2009
viernes, 24 de julio de 2009
Demandan a hospital de NY por obligar a enfermera católica a participar en aborto
NUEVA YORK, 24 Jul. 09 / 06:42 am (ACI)
La organización Alliance Defense Fund (ADF) presentó una demanda contra el hospital Mount Sinai de Nueva York por obligar con amenazas legales a una enfermera católica a participar en un aborto, contra sus propias convicciones morales.
La enfermera Catherina Cenzon-DeCarlo recibió la orden de asistir el aborto de una mujer de 22 semanas de embarazo. El hospital sabía que la enfermera no participaba en aborto por objeción de conciencia desde que la contrató en el año 2004.
Cenzon-DeCarlo recordó a sus supervisores que no podía participar del procedimiento, pero le dijeron que si no lo hacía sería acusada de "insubordinación y abandono del paciente" que podría resultar en una acción disciplinaria y la posible pérdida de su trabajo y su licencia de enfermera.
La ADF ha demandado a Mount Sinai por violar el derecho a la objeción de conciencia de la enfemera.
La organización Alliance Defense Fund (ADF) presentó una demanda contra el hospital Mount Sinai de Nueva York por obligar con amenazas legales a una enfermera católica a participar en un aborto, contra sus propias convicciones morales.
La enfermera Catherina Cenzon-DeCarlo recibió la orden de asistir el aborto de una mujer de 22 semanas de embarazo. El hospital sabía que la enfermera no participaba en aborto por objeción de conciencia desde que la contrató en el año 2004.
Cenzon-DeCarlo recordó a sus supervisores que no podía participar del procedimiento, pero le dijeron que si no lo hacía sería acusada de "insubordinación y abandono del paciente" que podría resultar en una acción disciplinaria y la posible pérdida de su trabajo y su licencia de enfermera.
La ADF ha demandado a Mount Sinai por violar el derecho a la objeción de conciencia de la enfemera.
miércoles, 22 de julio de 2009
Por una formación integral en favor de la vida
Autor: UNAPAC
Fecha: 22/07/2009
País: Chile
Ciudad: Santiago
Por una formación integral en favor de la vida
Como organización de padres de colegios católicos, queremos referirnos a la polémica instalada en el escenario político y en la sociedad civil acerca del uso y distribución de la llamada “píldora del día después”.
Adherimos a la valoración que el Magisterio de la Iglesia hace sobre el respeto por la vida humana desde el momento de su concepción hasta su término natural, y hacemos nuestros los planteamientos que nuestros Obispos han hecho presente en las más diversas instancias.
Creemos que es necesario reconocer que la educación de la sexualidad y afectividad no se puede reducir a la puesta en práctica de medidas sanitarias ni a la difusión de preservativos o métodos anticonceptivos. Como telón de fondo se encuentra indiscutiblemente la formación valórica de la persona humana que iniciamos los padres en nuestros hogares. Esta formación, desde una mirada integral y en alianza con el colegio, busca que nuestros hijos e hijas se respeten a sí mismos, respeten a los demás, sean responsables de sus actos, autónomos, dueños de sí mismos y vivan una sexualidad madura como un don de Dios vinculada necesariamente a un amor de compromiso.
Nos preocupa que se piense equivocadamente que para abordar temas tan delicados y complejos como éste, basta la mirada de lo práctico. Esto responde a un estilo superficial de mirar la vida, a una vivencia poco reflexiva ante los desafíos que ella presenta y a una mayor acentuación de la corriente individualista. Somos conscientes de la crisis valórica de nuestra sociedad actual y, por lo mismo, es necesario pensar en políticas públicas que procuren efectivamente el bien común.
En este sentido, hacemos un llamado a todos los actores sociales y, particularmente a quienes definen las políticas de Estado, a buscar soluciones de carácter más integral. Para este propósito nos ponemos a disposición para aportar nuestra mirada de padres y apoderados de colegios católicos.
José Luis Salinas F.
Presidente
Unión Nacional de Centros de Padres de Colegios Católicos de Chile - UNAPAC
Fecha: 22/07/2009
País: Chile
Ciudad: Santiago
Por una formación integral en favor de la vida
Como organización de padres de colegios católicos, queremos referirnos a la polémica instalada en el escenario político y en la sociedad civil acerca del uso y distribución de la llamada “píldora del día después”.
Adherimos a la valoración que el Magisterio de la Iglesia hace sobre el respeto por la vida humana desde el momento de su concepción hasta su término natural, y hacemos nuestros los planteamientos que nuestros Obispos han hecho presente en las más diversas instancias.
Creemos que es necesario reconocer que la educación de la sexualidad y afectividad no se puede reducir a la puesta en práctica de medidas sanitarias ni a la difusión de preservativos o métodos anticonceptivos. Como telón de fondo se encuentra indiscutiblemente la formación valórica de la persona humana que iniciamos los padres en nuestros hogares. Esta formación, desde una mirada integral y en alianza con el colegio, busca que nuestros hijos e hijas se respeten a sí mismos, respeten a los demás, sean responsables de sus actos, autónomos, dueños de sí mismos y vivan una sexualidad madura como un don de Dios vinculada necesariamente a un amor de compromiso.
Nos preocupa que se piense equivocadamente que para abordar temas tan delicados y complejos como éste, basta la mirada de lo práctico. Esto responde a un estilo superficial de mirar la vida, a una vivencia poco reflexiva ante los desafíos que ella presenta y a una mayor acentuación de la corriente individualista. Somos conscientes de la crisis valórica de nuestra sociedad actual y, por lo mismo, es necesario pensar en políticas públicas que procuren efectivamente el bien común.
En este sentido, hacemos un llamado a todos los actores sociales y, particularmente a quienes definen las políticas de Estado, a buscar soluciones de carácter más integral. Para este propósito nos ponemos a disposición para aportar nuestra mirada de padres y apoderados de colegios católicos.
José Luis Salinas F.
Presidente
Unión Nacional de Centros de Padres de Colegios Católicos de Chile - UNAPAC
La educación humanizadora para el día antes no la suple una “píldora” el día después
Autor: Mons. Alejandro Goic Karmelic
Fecha: 07/07/2009
País: Chile
Ciudad: Valparaíso
La educación humanizadora para el día antes no la suple una “píldora” el día después
Intervención ante la Comisión de Salud de la Cámara de Diputados
Valparaíso, 7 de abril de 2009.
1. Con nuestra mejor disposición volvemos a la Cámara de Diputados, representando a la Conferencia Episcopal de Chile, para proponer la mirada de la Iglesia, que es una visión en consecuencia con el Evangelio de Jesucristo, pero que la hacemos ahora no desde la sola perspectiva de la fe sino desde la comprensión de los derechos y deberes del ser humano y de las sociedad organizadas acerca de los delicados temas que están como trasfondo del Proyecto de Ley sobre información, orientación y prestaciones en materia de regulación de la fertilidad (Mensaje Nº 667-357).
2. Venimos acá con el mayor respeto y también con humildad. No estamos empeñados en imponer puntos de vista ni tampoco estamos promoviendo subrepticiamente la adopción de políticas públicas hechas a la medida de nuestra fe o de nuestra moral.
3. Digo esto expresamente porque algunas personas, celosamente defensoras de la libre expresión de todos, descalifican el aporte de las iglesias cristianas y tienden a ridiculizar el propósito que nos anima. Personas que ayer defendían a la Iglesia ante quienes nos arrinconaban en nuestras sacristías por defender los derechos humanos es doloroso verlas hoy pretendiendo encerrar a la Iglesia en la “sacristía” de una fe “privatizada” y limitando nuestra palabra a los ámbitos de la feligresía. La misión de la Iglesia es aportar a todos los hombres y mujeres la vida plena ofrecida por Cristo, plenitud de vida digna en lo espiritual y en lo material.
4. Hablamos por el inmenso amor que sentimos por Chile y por el bien que deseamos para su pueblo. Lo hacemos como lo han hecho antes arzobispos, obispos, sacerdotes e innumerables laicos varones y mujeres, ante la incomprensión de muchos en su tiempo, cuya palabra ha sido ampliamente agradecida por varias generaciones y reconocida en la perspectiva de la historia, entre ellos San Alberto Hurtado.
5. También concurrimos a esta honorable instancia con una gran preocupación en dos ámbitos. Por una parte, nos inquieta que un asunto tan delicado, que toca la vida humana, la base de la familia, la educación de las nuevas generaciones, se aborde de un modo reductivo, desde una sola dimensión, la de las políticas de contraconcepción.
Por otra, nos causa gran preocupación que este debate se sitúe en un contexto político previo a las elecciones, en que los actores políticos van perfilando sus candidaturas junto a sus bases programáticas y discursos de campaña, al mismo tiempo que negocian nombres y cupos. Siendo los temas de la vida humana y de la familia de tanta trascendencia para el país, como lo ha señalado la Presidenta de la República; no nos parece ni sano ni bueno para Chile que estas decisiones de alto contenido valórico se desarrolle en medio de los vaivenes y del calor electoral. Y mucho menos que ello sea abordado con carácter de urgencia.
6. Desde las \"Normas Nacionales para la Regulación de la Fertilidad Humana\", punto de partida de la actual discusión y sobre las cuales hemos entregado oportunamente nuestro parecer, consideramos que nuestro país necesita que una primera palabra sobre estos temas se refiera a la valoración de la procreación en el contexto del matrimonio y de la familia, de la vida y del desarrollo del país.
7. Esto incluye una necesaria educación hacia la responsabilidad de ese maravilloso don de Dios que es la sexualidad humana. Ha ocurrido en el último tiempo que a la sexualidad se la ha desvinculado de las realidades en las que ella encuentra pleno sentido, lo que a algunas personas les parece un signo de la libertad y del progreso. Primero se la ha desvinculado del matrimonio, luego de la procreación y finalmente del amor. Es a corregir esta situación lo que he querido decir cuando he hablado que nuestra preocupación ciudadana y gubernamental debería orientarse fundamentalmente hacia “el día antes” y no tanto hacia “el día después”. Es decir una auténtica prevención coherente con la dignidad del ser humano y que aporte una solución de fondo a los problemas derivados del mal uso de la sexualidad humana.
8. Lo que se busca garantizar con este tipo de políticas y proyectos es ofrecer a las personas la posibilidad de eliminar la vida humana resultante de sus relaciones sexuales irresponsables. Todo el resto de la discusión (sobre el amor, el compromiso, la vida sexual y la familia; sobre el origen de la vida humana y las condiciones para que viva y se desarrolle), aparece aquí como algo secundario, sin importancia, en relación a este fin que se persigue y que significa, en palabras muy simples, ofrecer socialmente un modo de deshacerse de este “problema” que es, según esta mirada, el hijo o la hija por nacer. Una visión que oprime la dignidad del ser humano, deshumanizándolo.
9. Se enarbola como argumento que estas políticas terminan con los embarazos precoces y el aborto como problema social. Pero ¿no es justamente la promiscuidad sexual que estas políticas favorecen la que deriva inevitablemente en los embarazos precoces?
10. Es la educación de los valores morales la que nos ayuda a crecer como seres humanos. Sin ésta, como consecuencia, no se contribuye al desarrollo de una sociedad sana y responsable. Para que las políticas sanitarias sean efectivas se requiere educar y proteger el desarrollo moral adolescente, fortaleciendo en esta dimensión el apoyo de la familia y de la escuela. Al Estado le cabe la responsabilidad de respetar la procreación, proteger a las familias en la acogida de sus hijos, apoyarlas en los medios materiales que permitan su desarrollo. También le cabe al Estado, junto a las familias, velar para que los jóvenes aprendan a valorar el matrimonio, la familia y la procreación en el contexto de una paternidad y una maternidad responsables.
11. Lamentablemente, en el Proyecto de Ley que se analiza, la “educación” se reduce a información sobre las “técnicas” disponibles para impedir el embarazo o para eliminar la vida humana. Y ello ocurre por una razón muy simple: la antropología que subyace entiende a la persona humana desde una mirada incompleta: un ser hedonista, materialista e individualista.
12. Comparto la idea planteada en el Mensaje del proyecto de que es necesario que el Estado convoque a una sexualidad y paternidad responsable, pero creo que su enfoque debe apuntar muy prioritariamente a entregar todos los elementos preventivos para que ellas sean ejercidas conforme a la dignidad y a la naturaleza humana, con pleno respeto por el primer y más fundamental derecho, el de la existencia. Es decir, debe apuntar mucho más a la expansión del sentido moral y ético del ejercicio de la sexualidad, y no sólo, como anuncia el Mensaje de este proyecto, a aspectos calificados como de “desarrollo personal, emocional, psicológico, afectivo, etc.”, de modo de tender a resolver las consecuencias de un uso banal e irresponsable de ella. Es decir una auténtica prevención coherente con la dignidad del ser humano. Así puede llegarse con mucho más eficacia a lo que se pretende en cuanto a promover “la reflexión y el aprendizaje significativo para la toma de decisiones”. Porque estamos hablando de personas y no de animales. Esto es un mucho mayor deber de las autoridades que la entrega de métodos anticonceptivos.
13. También se dice en el Mensaje que “el objetivo del proyecto es reconocer legalmente los derechos que las personas tienen en materia de regulación de su fertilidad y, como contrapartida, los deberes que el Estado tiene en la materia”. Quisiera decir que un deber anterior y superior del Estado en esta materia es el de contribuir con el conjunto de la sociedad a fortalecer los deberes de las personas para que ejerzan sus derechos conforme a criterios y normas morales y éticas dignas de los seres humanos y en función del bien común, haciendo como consecuencia un uso consecuente de los deseos individuales. Garantizar los derechos sin propender a sus correspondientes, --y en este caso anteriores--, deberes corre el riesgo, como lo hemos experimentado en nuestra patria y otras partes del mundo, a que aquellos no sean respetados en su integridad sino reducidos a una mera aspiración ideológica.
14. De nada sirven las políticas para “el día después” si no se aborda con seriedad las respuestas de la sociedad a las preguntas y desafíos “del día antes”.
Porque:
- el día antes es cuando las familias y el Estado deben educar para que los seres humanas seamos respetadas en nuestra dignidad de personas, por lo que somos y no por nuestros bienes, posición o creencias;
- el día antes las personas que se aman descubrirán que la mayor belleza del amor está en buscar el mayor bien para el ser amado. No es amor el bienestar de un rato, no ama quien se protege de ti, no ama la persona sin nombre que ofrece y busca placer fugaz para luego desaparecer de tu vida. Eso se enseña y se aprende el día antes, no sólo en teoría, también desde el testimonio de los padres y de los principios predominantes en la sociedad;
- el día antes los jóvenes podrán comprender y valorar la sexualidad como un regalo al servicio del amor, en la búsqueda de su felicidad y proyección en el matrimonio y la familia, que acoge a los hijos con el mismo amor;
- el día antes las sociedades y sus instituciones podrán ofrecer los mínimos que cada familia necesita para acoger a los hijos, como son empleos e ingresos dignos, viviendas dignas, un acceso digno a educación y a salud, un entorno amable que permita a sus miembros actuales y futuros desarrollarse en plenitud;
- el día antes podemos mostrar a los niños y jóvenes que la felicidad no equivale al éxito, que no cualquier medio es válido para “triunfar en la vida”, y que la libertad no exime la responsabilidad, porque una falsa libertad o libertinaje trae consigo mayores cadenas. Tal vez nos permite el gozo efímero pero nos deja, al final del día, sumidos en la soledad y la incertidumbre.
15. Todo esto tenemos que trabajarlo el día antes. Sin embargo, durante los últimos años la sociedad política chilena y sus instituciones apuntan más bien a eliminar “el problema” del día después. Resulta difícil de comprender que un Estado promueva un bono a las madres por cada hijo nacido, y que al mismo tiempo establezca políticas públicas en función del hijo que no se desea.
16. Una última observación que me parece relevante y coherente con lo ya dicho, es que, en este contexto, llama poderosamente la atención que al momento de concretar las acciones preventivas el énfasis de este proyecto aparece puesto en la información. Y se radica la competencia del Estado en esta materia, así como respecto de la orientación para la vida afectiva y sexual, en el Ministerio de Salud, a través de un Reglamento, mostrando nuevamente una visión muy reductiva del problema del uso responsable y humano de la sexualidad. Nos parece que no es este el órgano adecuado para brindar formación para la vida afectiva y sexual “con completo respeto por las creencias y formación personales de cada individuo” como se dice para este proyecto.
¿Por qué se excluye a todo el sistema educacional del país, municipal y privado? Da la impresión que la única intención de este proyecto es que se trata solamente de poner a disposición de la población “métodos anticonceptivos, tanto hormonales como no hormonales”, y se los menciona, incluyendo los de “emergencia”, que, como sabemos, se refiere a la comúnmente llamada “píldora del día después”. Se trataría sólo de un modo de superar el obstáculo que han significado los pronunciamientos del Tribunal Constitucional y la Contraloría.
17. Para quienes creemos en Cristo, el fruto de una relación sexual no es un problema sino una vida humana que merece nacer, crecer, ser amada y desarrollarse en plenitud. Independientemente de nuestras convicciones de fe, creemos junto a muchos que una sociedad que entiende la relación sexual exclusivamente desde la perspectiva individualista y hedonista, es una sociedad en evidente estado de deterioro.
18. Mons. Fernando Chomalí explicará, a continuación, algunos aspectos antropológicos y técnicos más específicos acerca del Proyecto. Agradezco mucho este espacio que nos brindan para expresar nuestro punto de vista que sólo busca, como hemos dicho, el mayor bien de nuestro país y de su gente.
+ Alejandro Goic Karmelic
Obispo de Rancagua
Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile
Fecha: 07/07/2009
País: Chile
Ciudad: Valparaíso
La educación humanizadora para el día antes no la suple una “píldora” el día después
Intervención ante la Comisión de Salud de la Cámara de Diputados
Valparaíso, 7 de abril de 2009.
1. Con nuestra mejor disposición volvemos a la Cámara de Diputados, representando a la Conferencia Episcopal de Chile, para proponer la mirada de la Iglesia, que es una visión en consecuencia con el Evangelio de Jesucristo, pero que la hacemos ahora no desde la sola perspectiva de la fe sino desde la comprensión de los derechos y deberes del ser humano y de las sociedad organizadas acerca de los delicados temas que están como trasfondo del Proyecto de Ley sobre información, orientación y prestaciones en materia de regulación de la fertilidad (Mensaje Nº 667-357).
2. Venimos acá con el mayor respeto y también con humildad. No estamos empeñados en imponer puntos de vista ni tampoco estamos promoviendo subrepticiamente la adopción de políticas públicas hechas a la medida de nuestra fe o de nuestra moral.
3. Digo esto expresamente porque algunas personas, celosamente defensoras de la libre expresión de todos, descalifican el aporte de las iglesias cristianas y tienden a ridiculizar el propósito que nos anima. Personas que ayer defendían a la Iglesia ante quienes nos arrinconaban en nuestras sacristías por defender los derechos humanos es doloroso verlas hoy pretendiendo encerrar a la Iglesia en la “sacristía” de una fe “privatizada” y limitando nuestra palabra a los ámbitos de la feligresía. La misión de la Iglesia es aportar a todos los hombres y mujeres la vida plena ofrecida por Cristo, plenitud de vida digna en lo espiritual y en lo material.
4. Hablamos por el inmenso amor que sentimos por Chile y por el bien que deseamos para su pueblo. Lo hacemos como lo han hecho antes arzobispos, obispos, sacerdotes e innumerables laicos varones y mujeres, ante la incomprensión de muchos en su tiempo, cuya palabra ha sido ampliamente agradecida por varias generaciones y reconocida en la perspectiva de la historia, entre ellos San Alberto Hurtado.
5. También concurrimos a esta honorable instancia con una gran preocupación en dos ámbitos. Por una parte, nos inquieta que un asunto tan delicado, que toca la vida humana, la base de la familia, la educación de las nuevas generaciones, se aborde de un modo reductivo, desde una sola dimensión, la de las políticas de contraconcepción.
Por otra, nos causa gran preocupación que este debate se sitúe en un contexto político previo a las elecciones, en que los actores políticos van perfilando sus candidaturas junto a sus bases programáticas y discursos de campaña, al mismo tiempo que negocian nombres y cupos. Siendo los temas de la vida humana y de la familia de tanta trascendencia para el país, como lo ha señalado la Presidenta de la República; no nos parece ni sano ni bueno para Chile que estas decisiones de alto contenido valórico se desarrolle en medio de los vaivenes y del calor electoral. Y mucho menos que ello sea abordado con carácter de urgencia.
6. Desde las \"Normas Nacionales para la Regulación de la Fertilidad Humana\", punto de partida de la actual discusión y sobre las cuales hemos entregado oportunamente nuestro parecer, consideramos que nuestro país necesita que una primera palabra sobre estos temas se refiera a la valoración de la procreación en el contexto del matrimonio y de la familia, de la vida y del desarrollo del país.
7. Esto incluye una necesaria educación hacia la responsabilidad de ese maravilloso don de Dios que es la sexualidad humana. Ha ocurrido en el último tiempo que a la sexualidad se la ha desvinculado de las realidades en las que ella encuentra pleno sentido, lo que a algunas personas les parece un signo de la libertad y del progreso. Primero se la ha desvinculado del matrimonio, luego de la procreación y finalmente del amor. Es a corregir esta situación lo que he querido decir cuando he hablado que nuestra preocupación ciudadana y gubernamental debería orientarse fundamentalmente hacia “el día antes” y no tanto hacia “el día después”. Es decir una auténtica prevención coherente con la dignidad del ser humano y que aporte una solución de fondo a los problemas derivados del mal uso de la sexualidad humana.
8. Lo que se busca garantizar con este tipo de políticas y proyectos es ofrecer a las personas la posibilidad de eliminar la vida humana resultante de sus relaciones sexuales irresponsables. Todo el resto de la discusión (sobre el amor, el compromiso, la vida sexual y la familia; sobre el origen de la vida humana y las condiciones para que viva y se desarrolle), aparece aquí como algo secundario, sin importancia, en relación a este fin que se persigue y que significa, en palabras muy simples, ofrecer socialmente un modo de deshacerse de este “problema” que es, según esta mirada, el hijo o la hija por nacer. Una visión que oprime la dignidad del ser humano, deshumanizándolo.
9. Se enarbola como argumento que estas políticas terminan con los embarazos precoces y el aborto como problema social. Pero ¿no es justamente la promiscuidad sexual que estas políticas favorecen la que deriva inevitablemente en los embarazos precoces?
10. Es la educación de los valores morales la que nos ayuda a crecer como seres humanos. Sin ésta, como consecuencia, no se contribuye al desarrollo de una sociedad sana y responsable. Para que las políticas sanitarias sean efectivas se requiere educar y proteger el desarrollo moral adolescente, fortaleciendo en esta dimensión el apoyo de la familia y de la escuela. Al Estado le cabe la responsabilidad de respetar la procreación, proteger a las familias en la acogida de sus hijos, apoyarlas en los medios materiales que permitan su desarrollo. También le cabe al Estado, junto a las familias, velar para que los jóvenes aprendan a valorar el matrimonio, la familia y la procreación en el contexto de una paternidad y una maternidad responsables.
11. Lamentablemente, en el Proyecto de Ley que se analiza, la “educación” se reduce a información sobre las “técnicas” disponibles para impedir el embarazo o para eliminar la vida humana. Y ello ocurre por una razón muy simple: la antropología que subyace entiende a la persona humana desde una mirada incompleta: un ser hedonista, materialista e individualista.
12. Comparto la idea planteada en el Mensaje del proyecto de que es necesario que el Estado convoque a una sexualidad y paternidad responsable, pero creo que su enfoque debe apuntar muy prioritariamente a entregar todos los elementos preventivos para que ellas sean ejercidas conforme a la dignidad y a la naturaleza humana, con pleno respeto por el primer y más fundamental derecho, el de la existencia. Es decir, debe apuntar mucho más a la expansión del sentido moral y ético del ejercicio de la sexualidad, y no sólo, como anuncia el Mensaje de este proyecto, a aspectos calificados como de “desarrollo personal, emocional, psicológico, afectivo, etc.”, de modo de tender a resolver las consecuencias de un uso banal e irresponsable de ella. Es decir una auténtica prevención coherente con la dignidad del ser humano. Así puede llegarse con mucho más eficacia a lo que se pretende en cuanto a promover “la reflexión y el aprendizaje significativo para la toma de decisiones”. Porque estamos hablando de personas y no de animales. Esto es un mucho mayor deber de las autoridades que la entrega de métodos anticonceptivos.
13. También se dice en el Mensaje que “el objetivo del proyecto es reconocer legalmente los derechos que las personas tienen en materia de regulación de su fertilidad y, como contrapartida, los deberes que el Estado tiene en la materia”. Quisiera decir que un deber anterior y superior del Estado en esta materia es el de contribuir con el conjunto de la sociedad a fortalecer los deberes de las personas para que ejerzan sus derechos conforme a criterios y normas morales y éticas dignas de los seres humanos y en función del bien común, haciendo como consecuencia un uso consecuente de los deseos individuales. Garantizar los derechos sin propender a sus correspondientes, --y en este caso anteriores--, deberes corre el riesgo, como lo hemos experimentado en nuestra patria y otras partes del mundo, a que aquellos no sean respetados en su integridad sino reducidos a una mera aspiración ideológica.
14. De nada sirven las políticas para “el día después” si no se aborda con seriedad las respuestas de la sociedad a las preguntas y desafíos “del día antes”.
Porque:
- el día antes es cuando las familias y el Estado deben educar para que los seres humanas seamos respetadas en nuestra dignidad de personas, por lo que somos y no por nuestros bienes, posición o creencias;
- el día antes las personas que se aman descubrirán que la mayor belleza del amor está en buscar el mayor bien para el ser amado. No es amor el bienestar de un rato, no ama quien se protege de ti, no ama la persona sin nombre que ofrece y busca placer fugaz para luego desaparecer de tu vida. Eso se enseña y se aprende el día antes, no sólo en teoría, también desde el testimonio de los padres y de los principios predominantes en la sociedad;
- el día antes los jóvenes podrán comprender y valorar la sexualidad como un regalo al servicio del amor, en la búsqueda de su felicidad y proyección en el matrimonio y la familia, que acoge a los hijos con el mismo amor;
- el día antes las sociedades y sus instituciones podrán ofrecer los mínimos que cada familia necesita para acoger a los hijos, como son empleos e ingresos dignos, viviendas dignas, un acceso digno a educación y a salud, un entorno amable que permita a sus miembros actuales y futuros desarrollarse en plenitud;
- el día antes podemos mostrar a los niños y jóvenes que la felicidad no equivale al éxito, que no cualquier medio es válido para “triunfar en la vida”, y que la libertad no exime la responsabilidad, porque una falsa libertad o libertinaje trae consigo mayores cadenas. Tal vez nos permite el gozo efímero pero nos deja, al final del día, sumidos en la soledad y la incertidumbre.
15. Todo esto tenemos que trabajarlo el día antes. Sin embargo, durante los últimos años la sociedad política chilena y sus instituciones apuntan más bien a eliminar “el problema” del día después. Resulta difícil de comprender que un Estado promueva un bono a las madres por cada hijo nacido, y que al mismo tiempo establezca políticas públicas en función del hijo que no se desea.
16. Una última observación que me parece relevante y coherente con lo ya dicho, es que, en este contexto, llama poderosamente la atención que al momento de concretar las acciones preventivas el énfasis de este proyecto aparece puesto en la información. Y se radica la competencia del Estado en esta materia, así como respecto de la orientación para la vida afectiva y sexual, en el Ministerio de Salud, a través de un Reglamento, mostrando nuevamente una visión muy reductiva del problema del uso responsable y humano de la sexualidad. Nos parece que no es este el órgano adecuado para brindar formación para la vida afectiva y sexual “con completo respeto por las creencias y formación personales de cada individuo” como se dice para este proyecto.
¿Por qué se excluye a todo el sistema educacional del país, municipal y privado? Da la impresión que la única intención de este proyecto es que se trata solamente de poner a disposición de la población “métodos anticonceptivos, tanto hormonales como no hormonales”, y se los menciona, incluyendo los de “emergencia”, que, como sabemos, se refiere a la comúnmente llamada “píldora del día después”. Se trataría sólo de un modo de superar el obstáculo que han significado los pronunciamientos del Tribunal Constitucional y la Contraloría.
17. Para quienes creemos en Cristo, el fruto de una relación sexual no es un problema sino una vida humana que merece nacer, crecer, ser amada y desarrollarse en plenitud. Independientemente de nuestras convicciones de fe, creemos junto a muchos que una sociedad que entiende la relación sexual exclusivamente desde la perspectiva individualista y hedonista, es una sociedad en evidente estado de deterioro.
18. Mons. Fernando Chomalí explicará, a continuación, algunos aspectos antropológicos y técnicos más específicos acerca del Proyecto. Agradezco mucho este espacio que nos brindan para expresar nuestro punto de vista que sólo busca, como hemos dicho, el mayor bien de nuestro país y de su gente.
+ Alejandro Goic Karmelic
Obispo de Rancagua
Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile
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