«Bio-ética» = «ética de la vida»

La confirmación precisa y firme del valor de la vida humana y de su carácter inviolable, irreductible, que por su valor intrínseco, reclama ser tratada con amor de benevolencia.
La responsabilidad de la promoción y defensa del derecho a la vida, un compromiso existencial y práctico a favor de todas las personas, en especial, de los más débiles
Argumentar auténticamente la existencia y la condición espiritual del alma humana en diálogo real con las ciencias biomédicas contemporáneas.
Es una ciencia moral, no técnica, que ofrece criterios éticos a las ciencias experimentales sobre la vida.

lunes, 27 de abril de 2009

Homosexualidad: una burda falsificación de la Verdad y Prevenible

Homosexualidad: una burda falsificación de la Verdad y Prevenible

http://iscf.ucsc.cl/imagenes/homosexualidad.pdf

Testamento Vital de la Conferencia Episcopal Española

A mi familia, a mi médico, a mi sacerdote, a mi notario:

Si me llega el momento en que no pueda expresar mi voluntad acerca de los tratamientos médicos que se me vayan a aplicar, deseo y pido que esta Declaración sea considerada como expresión formal de mi voluntad, asumida de forma consciente, responsable y libre, y que sea respetada como si se tratara de un testamento.

Considero que la vida en este mundo es un don y una bendición de Dios, pero no es el valor supremo absoluto. Sé que la muerte es inevitable y pone fin a mi existencia terrena, pero desde la fe creo que me abre el camino a la vida que no se acaba, junto a Dios.

Por ello, yo, el que suscribe........................
pido que si por mi enfermedad llegara a estar en situación crítica irrecuperable, no se me mantenga en vida por medio de tratamientos desproporcionados o extraordinarios; que no se me aplique la eutanasia activa, ni que se me prolongue abusiva e irracionalmente mi proceso de muerte; que se me administren los tratamientos adecuados para paliar los sufrimientos.

Pido igualmente ayuda para asumir cristiana y humanamente mi propia muerte. Deseo poder prepararme para este acontecimiento final de mi existencia, en paz, con la compañía de mis seres queridos y el consuelo de mi fe cristiana.

Suscribo esta Declaración después de una madura reflexión. Y pido que los que tengáis que cuidarme respetéis mi voluntad. Soy consciente de que os pido una grave y difícil responsabilidad. Precisamente para compartirla con vosotros y para atenuaros cualquier posible sentimiento de culpa, he redactado y firmo esta declaración.

Firma:

Fecha:

Comienzo de la Vida Humana

Dr. Sánchez-Méndez
Popular TV Contracorriente Contracorriente 12 03 2009
Declaraciones Ginecólogo
Hospital La Paz
Derecho a Vivir
Dr. Sanchez Mendez

Ginecologo Derecho a Vivir

Ginecologos Derecho a Vivir

Ginecologos Derecho A Vivir








domingo, 26 de abril de 2009

Clonacion: Reflexiones de la Pontificia Academia de la Vida (PAV)

PONTIFICIA ACADEMIA PRO VITA, REFLEXIONES 1997

La Pontificia Academia para la Vida fue instituida en 1994 por Juan Pablo II con el Motu Proprio "Vitae Mysterium". Los 40 miembros de la Academia, cuyo Presidente es Juan de Dios Vial Correa, han publicado el documento "Reflexiones sobre la clonación".

TEXTO COMPLETO:

ÍNDICE
1.Notas históricas . . . . . . . .
2.El hecho biológico . . . . . . .
3.Problemas éticos relacionados con la clonación humana . . . . . . .
4.Ante los derechos del hombre y la libertad de investigación . . .

1 NOTAS HISTÓRICAS

Los progresos del conocimiento y los consiguientes avances de la técnica en el campo de la biología molecular, la genética y la fecundación artificial han hecho posibles, desde hace tiempo, la experimentación y la realización de clonaciones en el ámbito vegetal y animal.
Por lo que atañe al reino animal se ha tratado, desde los años treinta, de experimentos de producción de individuos idénticos, obtenidos por escisión gemelar artificial, modalidad que impropiamente se puede definir como clonación.
La práctica de la escisión gemelar en campo zootécnico se está difundiendo en los establos experimentales como incentivo a la producción múltipla de dados ejemplares seleccionados.
En el año 1993 Jerry Hall y Robert Stilmann, de la George Washington University, divulgaron datos relativos a experimentos de escisión gemelar (splitting) de embriones humanos de 2, 4 y 8 embrioblastos, realizados por ellos mismos. Se trató de experimentos llevados a cabo sin el consentimiento previo del Comité ético competente y publicados -según los autores-para avivar la discusión ética.
Sin embargo, la noticia dada por la revista Nature -en su número del 27 de febrero de 1997- del nacimiento de la oveja Dolly, llevado a cabo por los científicos escoceses Jan Vilmut y K.H.S. Campbell con sus colaboradores del Roslin Institute de Edimburgo, ha sacudido la opinión pública de modo excepcional y ha provocado declaraciones de comités y de autoridades nacionales e internacionales, por ser un hecho nuevo, considerado desconcertante.
La novedad del hecho es doble. En primer lugar, porque se trata no de una escisión gemelar, sino de una novedad radical definida como clonación, es decir, de una reproducción asexual y agámica encaminada a producir individuos biológicamente iguales al individuo adulto que proporciona el patrimonio genético nuclear. En segundo lugar, porque, hasta ahora, la clonación propiamente dicha se consideraba imposible. Se creía que el DNA de las células somáticas de los animales superiores, al haber sufrido ya el imprinting de la diferenciación, no podía en adelante recuperar su completa potencialidad original y, por consiguiente, la capacidad de guiar el desarrollo de un nuevo individuo.
Superada esta supuesta imposibilidad, parecía que se abría el camino a la clonacíon humana, entendida como réplica de uno o varios individuos somáticamente idénticos al donante.
El hecho ha provocado con razón agitación y alarma. Pero, después de un primer momento de oposición general, algunas voces han querido llamar la atención sobre la necesidad de garantizar la libertad de investigación y de no condenar el progreso; incluso se ha llegado a hablar de una futura aceptación de la clonación en el ámbito de la Iglesia católica.
Por eso, ahora que ha pasado un cierto tiempo y que es está en un período más tranquilo, conviene hacer un atento examen de este hecho, estimado como un acontecimiento desconcertante.

2 EL HECHO BIOLÓGICO

La clonación, considerada en su dimensión biológica, en cuanto reproducción artificial, se obtiene sin la aportación de los dos gametos; se trata, por tanto, de una reproducción asexual y agámica. La fecundación propiamente dicha es sustituida por la fusión bien de un núcleo tomado de una célula somática misma, con un ovocito desnucleado, es decir, privado del genoma de origen materno. Dado que el núcleo de la célula somática contiene todo el patrimonio genético, el individuo que se obtiene posee -salvo posibles alteraciones- la misma identidad genética del donante del núcleo. Esta correspondencia genética fundamental con el donante es la que convierte al nuevo individuo en réplica somática o copia del donante.
El hecho de Edimburgo tuvo lugar después de 277 fusiones ovocito-núcleo donante. Sólo 8 tuvieron éxito; es decir, sólo 8 da las 277 iniciaron el desarrollo embrional, y de esos 8 embriones sólo 1 llegó a nacer: la oveja que fue llamada Dolly.
Quedan muchas dudas e incertidumbres sobre numerosos aspectos de la experimentación. Por ejemplo, la posibilidad de que entre las 277 células donantes usadas hubiera algunas "estaminales", es decir, dotadas de un genoma no totalmente diferenciado; el papel que puede haber tenido el DNA mitocondrial eventualmente residuo en el óvulo materno; y muchas otras aún, a las que, desgraciadamente, los investigadores ni siquiera han hecho referencia. De todos modos, se trata de un hecho que supera las formas de fecundación artificial conocidas hasta ahora, las cuales se realizan siempre utilizando dos gametos.
Debe subrayarse que el desarrollo de los individuos obtenidos por clonación -salvo eventuales mutaciones, que podrían no ser pocas- debería producir una estructura corpórea muy semejante a la del donante del DNA: este es el resultado más preocupante, especialmente en el caso de que el experimento se aplicase también a la especie humana.
Con todo, conviene advertir que, en la hipótesis de que la clonación se quisiera extender a la especie humana, de esta réplica de la estructura corpórea no se derivaría necesariamente una perfecta identidad de la persona, entendida tanto en su realidad ontológica como psicológica. El alma espiritual, constitutivo esencial de cada sujeto perteneciente a la especie humana, es creada directamente por Dios y no puede ser engendrada por los padres, ni producida por la fecundación artificial, ni clonada. Además, el desarrollo psicológico, la cultura y el ambiente conducen siempre a personalidades diversas; se trata de un hecho bien conocido también entre los gemelos, cuya semejanza no significa identidad. La imaginación popular y la aureola de omnipotencia que acompaña a la clonación han de ser, al menos, relativizadas.
A pesar de la imposibilidad de implicar al espíritu, que es la fuente de la personalidad, la proyección de la clonación al hombre ha llevado a imaginar ya hipótesis inspiradas en el deseo de omnipotencia: réplica de individuos dotados de ingenio y belleza excepcionales; reproducción de la imagen de familiares difuntos; selección de individuos sanos e inmunes a enfermedades genéticas; posibilidad de selección del sexo; producción de embriones escogidos previamente y congelados para ser transferidos posteriormente a un útero como reserva de órganos, etc.
Aún considerando estas hipótesis como ciencia ficción, pronto podrían aparecer propuestas de clonación presentadas como "razonables" y "compasivas". La procreación de un hijo en una familia en la que el padre sufre de aspermia o el reemplazo del hijo moribundo de una viuda, las cuales, se diría, no tienen nada que ver con las fantasías de la ciencia ficción.
Pero, ¿cuál sería el significado antropológico de esta operación en la deplorable perspectiva de su aplicación al hombre?

3 PROBLEMAS ÉTICOS RELACIONADOS CON LA CLONACIÓN HUMANA

La clonación humana se incluye en el proyecto del eugenismo y, por tanto, está expuesta a todas las observaciones éticas y jurídicas que lo han condenado ampliamente. Como ha escrito Hans Jonas, es "en el método la forma más despótica y, a la vez, en el fin, la forma más esclavizante de manipulación genética; su objetivo no es una modificación arbitraria de la sustancia hereditaria, sino precisamente su arbitraria fijación en oposición a la estrategia dominante en la naturaleza" (cf. Cloniamo un uomo: dall'eugenetica all'ingegneria genetica, en Tecnica, medicina ed etica, Einaudi, Torino 1997, pp. 122-154, 136).
Es una manipulación radical de la relacionalidad y complementariedad constitutivas, que están en la base de la procreación humana, tanto en su aspecto biológico como en el propiamente personal. En efecto, tiende a considerar la bisexualidad como un mero residuo funcional, puesto que se requiere un óvulo, privado de su núcleo, para dar lugar al embrión-clon y, por ahora, es necesario un útero femenino para que su desarrollo pueda llegar hasta el final. De este modo se aplican todas las técnicas que se han experimentado en la zootecnia, reduciendo el significado específico de la reproducción humana.
En esta perspectiva se adopta la lógica de la producción industrial: se deberá analizar y favorecer la búsqueda de mercados, perfeccionar la experimentación y producir siempre modelos nuevos.
Se produce una instrumentalización radical de la mujer, reducida a algunas de sus funciones puramente biológicas (prestadora de óvulos y de útero), a la vez que se abre la perspectiva de una investigación sobre la posibilidad de crear úteros artificiales, último paso para la producción "en laboratorio" del ser humano.
En el proceso de clonación se pervierten las relaciones fundamentales de la persona humana: la filiación, la consanguinidad, el parentesco y la paternidad o maternidad. Una mujer puede ser hermana gemela de su madre, carecer de padre biológico y ser hija de su abuelo. Ya con la FIVET se produjo una confusión en el parentesco, pero con la clonación se llega a la ruptura total de estos vínculos.
Como en toda actividad artificial se "emula" e "imita" lo que acontece en la naturaleza, pero a costa de olvidar que el hombre no se reduce a su componente biológico, sobre todo cuando éste se limita a las modalidades reproductivas que han caracterizado sólo a los organismos más simples y menos evolucionados desde el punto de vista biológico.
Se alimenta la idea de que algunos hombres pueden tener un dominio total sobre la existencia de los demás, hasta el punto de programar su identidad biológica -seleccionada sobre la base de criterios arbitrarios o puramente instrumentales-, la cual, aunque no agota la identidad personal del hombre, caracterizada por el espíritu, es parte constitutiva de la misma. Esta concepción selectiva del hombre tendrá, entre otros efectos, un influjo negativo en la cultura, incluso fuera de la práctica -numéricamente reducida- de la clonación, puesto que favorecerá la convicción de que el valor del hombre y de la mujer no depende de su identidad personal, sino sólo de las cualidades biológicas que pueden apreciarse y, por tanto, ser seleccionadas.
La clonación humana merece un juicio negativo también en relación a la dignidad de la persona clonada, que vendrá al mundo como "copia" (aunque sea sólo copia biológica) de otro ser. En efecto, esta práctica propicia un íntimo malestar en el clonado, cuya identidad psíquica corre serio peligro por la presencia real o incluso sólo virtual de su "otro". Tampoco es imaginable que pueda valer un pacto de silencio, el cual -como ya notaba Jonas- sería imposible y también inmoral, dado que el clonado fue engendrado para que se asemejara a alguien que "valía la pena"clonar y, por tanto, recaerán sobre él atenciones y expectativas no menos nefastas, que constituirán un verdadero atentado contra su subjetividad personal.
Si el proyecto de clonación humana pretende detenerse "antes" de la implantación en el útero, tratando de evitar al menos algunas de las consecuencias que acabamos de señalar, resulta también injusto desde un punto de vista moral.
En efecto, limitar la prohibición de la clonación al hecho de impedir el nacimiento de un niño clonado permitiría de todos modos la clonación del embrión-feto, implicando así la experimentación sobre embriones y fetos, y exigiendo su supresión antes del nacimiento, lo cual manifiesta un proceso instrumental y cruel respecto al ser humano.
En todo caso, dicha experimentación es inmoral por la arbitraria concepción del cuerpo humano (considerado definitivamente como una máquina compuesta de piezas), reducido a simple instrumento de investigación. El cuerpo humano es elemento integrante de la dignidad y de la identidad personal de cada uno, y no es lícito usar a la mujer para que proporcione óvulos con los cuales realizar experimentos de clonación.
Es inmoral porque también el ser clonado es un "hombre", aunque sea en estado embrional. En contra de la clonación humana se pueden aducir, además, todas las razones morales que han llevado a la condena de la fecundación in vitro en cuanto tal o al rechazo radical de la fecundación in vitro destinada sólo a la experimentación.
El proyecto de la "clonación humana" es una terrible consecuencia a la que lleva una ciencia sin valores y es signo del profundo malestar de nuestra civilización, que busca en la ciencia, en la técnica y en la "calidad de vida" sucedáneos al sentido de la vida y a la salvación de la existencia.
La proclamación de la "muerte de Dios", con la vana esperanza de un "superhombre", comporta un resultado claro: la "muerte del hombre". En efecto, no debe olvidarse que el hombre, negando su condición de criatura, más que exaltar su libertad, genera nuevas formas de esclavitud, nuevas discriminaciones, nuevos y profundos sufrimientos. La clonación puede llegar a ser la trágica parodia de la omnipotencia de Dios. El hombre, a quien Dios ha confiado todo lo creado dándole libertad e inteligencia, no encuentra en su acción solamente los límites impuestos por la imposibilidad práctica, sino que él mismo, en su discernimiento entre el bien y el mal, debe saber trazar sus propios confines. Una vez más, el hombre debe elegir: tiene que decidir entre transformar la tecnología en un instrumento de liberación o convertirse en su esclavo introduciendo nuevas formas de violencia y sufrimiento.
Es preciso subrayar, una vez más, la diferencia que existe entre la concepción de la vida como don de amor y la visión del ser humano considerado como producto industrial. Frenar el proyecto de la clonación humana es un compromiso moral que debe traducirse también en términos culturales, sociales y legislativos. En efecto, el progreso de la investigación científica es muy diferente de la aparición del despotismo cientifista, que hoy parece ocupar el lugar de las antiguas ideologías. En un régimen democrático y pluralista, la primera garantía con respecto a la libertad de cada uno se realiza en el respeto incondicional de la dignidad del hombre, en todas las fases de su vida y más allá de las dotes intelectuales o físicas de las que goza o de las que está privado. En la clonación humana no se da la condición que es necesaria para una verdadera convivencia: tratar al hombre siempre y en todos los casos como fin y como valor, y nunca como un medio o simple objeto.

4 ANTE LOS DERECHOS DEL HOMBRE Y LA LIBERTAD DE INVESTIGACIÓN

En el ámbito de los derechos humanos, la posible clonación humana significaría una violacíon de los dos principios fundamentales en los que se basan todos los derechos del hombre: el principio de igualdad entre los seres humanos y el principio de no discriminación.
Contrariamente a cuanto pudiera parecer a primera vista, el principio de igualdad entre los seres humanos es vulnerado por esta posible forma de dominación del hombre sobre el hombre, al mismo tiempo que existe una discriminación en toda la perspectiva selectiva-eugenista inherente en la lógica de la clonación. La Resolución del Parlamento Europeo del 12 de marzo de 1977 reafirma con energía el valor de la dignidad de la persona humana y la prohibición de la clonación humana, declarando expresamente que viola estos dos principios. El Parlamento Europeo, ya desde 1983, así como todas las leyes que han sido promulgadas para legalizar la procreación artificial, incluso las más permisivas, siempre han prohibido la clonación. Es preciso recordar que el Magisterio de la Iglesia, en la Instrucción Donum vitae de 1987, ha condenado la hipótesis de la clonación humana, de la fisión gemelar y de la partenogénesis. Las razones que fundamentan el carácter inhumano de la clonación aplicada al hombre no se deben al hecho de ser una forma excesiva de procreación artificial, respecto a otras formas aprobadas por la ley como la FIVET y otras.
Como hemos dicho, la razón del rechazo radica en la negación de la dignidad de la persona sujeta a clonación y en la negación misma de la dignidad de la procreación humana. Lo más urgente ahora es armonizar las exigencias de la investigación científica con los valores humanos imprescindibles. El científico no puede considerar el rechazo moral de la clonación humana como una ofensa; al contrario, esta prohibición devuelve la dignidad a la investigación, evitando su degeneración demiúrgica. La dignidad de la investigación científica consiste en ser uno de los recursos más ricos para el bien de la humanidad. Por lo demás, la investigación sobre la clonación tiene un espacio abierto en el reino vegetal y animal, siempre que sea necesaria o verdaderamente útil para el hombre o los demás seres vivos, observando las reglas de la conservación del animal mismo y la obligación de respetar la biodiversidad específica.
La investigación científica en beneficio del hombre representa una esperanza para la humanidad, encomendada al genio y al trabajo de los científicos, cuando tiende a buscar remedio a las enfermadades, aliviar el sufrimiento, resolver los problemas debidos a la insuficiencia de alimentos y a la mejor utilización de los recursos de la tierra.
Para hacer que la ciencia biomédica mantenga y refuerce su vínculo con el verdadero bien del hombre y de la sociedad, es necesario fomentar -como recuerda el Santo Padre en la Encíclica Evangelium vitae- una "mirada contemplativa" sobre el hombre mismo y sobre el mundo, como realidades creadas por Dios, y en el contexto de la solidaridad entre la ciencia, el bien de la persona y de la sociedad.
"Es la mirada de quien ve la vida en su profundidad, percibiendo sus dimensiones de gratuidad, belleza, invitación a la libertad y a la responsabilidad. Es la mirada de quien no pretende apoderarse de la realidad, sino que la acoge como un don, descubriendo en cada cosa el reflejo del Creador y en cada persona su imagen viviente" (Evangelium vitae, 83).

Prof. Juan de Dios Vial CorreaPresidente
Mons. Elio SgrecciaVice-Presidente

Un ginecólogo objetor al aborto se declara "dispuesto a ir a la cárcel"


"Yo no meto a una niña de 16 años en quirófano sin que lo sepan sus padres, y menos para arrancarle a su hijo", señala el doctor Esteban Rodríguez Martín.

REDACCION HO.- Para el doctor Esteban Rodríguez Martín, miembro de la plataforma Ginecólogos por el Derecho a Vivir (DAV), con más de cien médicos especialistas de toda España adheridos, y Vocal de RedMadre Cádiz, "ni la Ministra de Igualdad, ni la de la Sanidad, ni el mismísimo Jefe del Estado son dueños de mi conciencia".
El ginecólogo gaditano se muestra dispuesto a "ir a la cárcel antes que acabar con la vida de un inocente". Rodríguez Martín es el primer médico que se ha declarado objetor del diagnóstico prenatal, que se está utilizando con fines abortistas.
Desde que el Gobierno empezó a promover la ampliación de la ley del aborto, representantes del ejecutivo y del PSOE han aludido en diversas ocasiones a la necesidad de limitar el derecho a la objeción de conciencia del personal sanitario, que según algunos ministros debería quedar subordinada a un nuevo "derecho": el del aborto.
Sin embargo la objeción de conciencia de los médicos se encuentra respaldada por la Organización Mundial de la Salud, tal como se expresa en el informe Medicina Genética publicado en la Review of Ethical Issues in Medical Genetics.
Frente a este intento de recortar las libertades, el doctor Rodríguez Martín afirma estar dispuesto a defender su conciencia hasta las últimas consecuencias:
"Soy un hombre libre no un esclavo. Mi conciencia no le pertenece al Estado, frente a la libertad de conciencia no caben matices, me podrán expulsar de mi trabajo, me podrán multar y encarcelar pero nunca mataré a un feto, ni traicionaré los principios deontológicos de mi profesión, seré otra víctima de la ley del aborto pero conservaré mi dignidad profesional y mi honor".
"El aborto no es ni medicina ni salud, es ideología. La libertad ideológica y el respeto a la objeción de conciencia es la base de la salud democrática de un país".
"Las mujeres necesitan ser ayudadas y sus hijos protegidos, el 80% de las mujeres a las que se ofrecen ayudas continuan su embarazo y permiten nacer a sus hijos. Los gobiernos han hecho dejación de funciones no cumpliendo su obligación de proteger la vida del nascituro con ley coladero actual y pretenden su desprotección total con el nuevo proyecto de ley".
"Los programas de diagnóstico prenatal diseñados con la intención de que una de sus utilidades sea posibilitar acabar con la vida del feto enfermo o discapacitado son contrarios a los principios deontológicos y convierten al ginecólogo en cooperante necesario del aborto eugenésico. Lo único incompatible con la vida es la muerte, todo feto es viable dentro de su madre y no hay motivo para arrancarlo prematuramente si no es con la intención de causar su muerte."
"Restringir la objeción de conciencia no dignifica un crimen, sino que lo agrava. No se puede obligar al ginecólogo a atentar contra la salud de la mujer. El aborto lesiona la salud sexual y reproductiva de la mujer, además de la psíquica".
"Para practicar un aborto no hace falta estudiar 6 años de medicina y 4 de especialidad, no hace falta ser ginecólogo, de hecho muchos de los que los practican en los centros concertados no lo son, no hace falta saber operar un cáncer de mama. El Ministerio de Igualdad debería ir pensando en crear una especialidad paramédica que se llamase Técnico Abortista, dos años de formación en un centro abortista serian suficientes. La acreditación podría ir firmada por la ministra de Igualdad dejando al margen, como hasta ahora, al Ministerio de Sanidad"

Libro de Mons. Chomali sobre el aborto “terapéutico”

Libro de Mons. Chomali sobre el aborto “terapéutico”Este valioso material de trabajo incluye las consideraciones médicas, éticas, jurídicas y del magisterio de la Iglesia sobre el tema.El obispo auxiliar de Santiago, Mons. Fernando Chomali, junto a destacados profesionales de la medicina y del derecho, presenta el texto Aborto “Terapéutico”. El documento que busca ser una guía sobre este tema de interés público, contiene explicaciones de conceptos centrales, las perspectivas éticas y médicas, y consideraciones ético – antropológicas. Las comunidades, movimientos, parroquias, establecimientos educacionales y todos los interesados, pueden consultar el material on line. -

Ver texto Aborto “Terapéutico”

Fuente: Prensa CECh Santiago, 22/04/2009

Castidad y Homosexualidad en el Catecismo de la Iglesia Catolica

2357 La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que
experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del
mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su
origen síquico permanece ampliamente inexplicado. Apoyándose en la Sagrada
Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19,1-29; Rm 1,24-
27; 1 Co 6,10; 1 Tm 1,10), la Tradición ha declarado siempre que "los actos
homosexuales son intrínsecamente desordenados" (CDF, decl. "Persona humana"
8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No
proceden de una complementariedad afectiva y sexual verdadera. No pueden
recibir aprobación en ningún caso.
2358 Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales
profundamente radicadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye
para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto,
compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación
injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y,
si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor, las dificultades que
pueden encontrar a causa de su condición.
2359 Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante las virtudes de
dominio, educadoras de la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una
amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben
acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana.

La Legitima Defensa en el Catecismo de la Iglesia Catolica

La legítima defensa

2263 La legítima defensa de las personas y las sociedades no es una excepción a la
prohibición de la muerte del inocente que constituye el homicidio voluntario. "La
acción de defenderse puede entrañar un doble efecto: el uno es la conservación de
la propia vida; el otro, la muerte del agresor...solamente es querido el uno; el otro,
no" (S. Tomás de Aquino, s.th. 2-2, 64,7).
2264 El amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moralidad. Es, por
tanto, legítimo hacer respetar el propio derecho a la vida. El que defiende su vida
no es culpable de homicidio, incluso cuando se ve obligado a asestar a su agresor
un golpe mortal:
Si para defenderse se ejerce una violencia mayor que la necesaria, se trataría de
una acción ilícita. Pero si se rechaza la violencia de forma mesurada, la acción
sería lícita...y no es necesario para la salvación que se omita este acto de
protección mesurada para evitar matar al otro, pues es mayor la obligación que se
tiene de velar por la propia vida que por la de otro (S. Tomás de Aquino, s.th. 2-2,
64,7).
2265 La legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave, para
el que es responsable de la vida de otro. La defensa del bien común exige colocar
al agresor en la situación de no poder causar perjuicio. Por este motivo, los que
tienen autoridad legítima tienen también el derecho de rechazar, incluso con el uso
de las armas, a los agresores de la sociedad civil confiada a su responsabilidad.
2266 A la exigencia de tutela del bien común corresponde el esfuerzo del Estado para
contener la difusión de comportamientos lesivos de los derechos humanos y de las
normas fundamentales de la convivencia civil. La legítima autoridad pública tiene
el derecho y el deber de aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito. La
pena tiene, ante todo, la finalidad de reparar el desorden introducido por la culpa.
Cuando la pena es aceptada voluntariamente por el culpable, adquiere un valor de
expiación. La pena finalmente, además de la defensa del orden público y la tutela
de la seguridad de las personas, tiene una finalidad medicinal: en la medida de lo
posible debe contribuir a la enmienda del culpable (cf Lc 23, 40-43).
2267 La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación
de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de
muerte, si ésta fuera el único camino posible para defender eficazmente del
agresor injusto las vidas humanas.
Pero si los medios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la
seguridad de las personas, la autoridad se limitará a esos medios, porque ellos
corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y son más
conformes con la dignidad de la persona humana.
Hoy, en efecto, como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para
reprimir eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquél que lo ha cometido
sin quitarle definitivamente la posibilidad de redimirse, los casos en los que sea
absolutamente necesario suprimir al reo "suceden muy rara vez, si es que ya en
realidad se dan algunos" (Evangelium vitae, 56).

El Homicidio voluntario en el Catecismo Iglesia Catolica

El homicidio voluntario

2268 El quinto mandamiento condena como gravemente pecaminoso el homicidio
directo y voluntario. El que mata y los que cooperan voluntariamente con él
cometen un pecado que clama venganza al cielo (cf Gn 4,10).
El infanticidio (cf GS 51,3), el fratricidio, el parricidio, el homicidio del cónyuge
son crímenes especialmente graves a causa de los vínculos naturales que rompen.
Preocupaciones de eugenismo o de salud pública no pueden justificar ningún
homicidio, aunque fuera ordenado por las propias autoridades.
2269 El quinto mandamiento prohíbe hacer algo con intención de provocar
indirectamente la muerte de una persona. La ley moral prohíbe exponer a alguien
sin razón grave a un riesgo mortal así como negar la asistencia a una persona en
peligro.
La aceptación por parte de la sociedad de hambres que provocan la muerte sin
esforzarse por remediarlas es una escandalosa injusticia y una falta grave. Los
traficantes cuyas prácticas usureras y mercantiles provocan el hambre y la muerte
de sus hermanos los hombres, cometen indirectamente un homicidio. Este les es
imputable (cf. Am 8,4-10).
El homicidio involuntario no es imputable moralmente. Pero no se está libre de
falta grave cuando, sin razones proporcionadas, se ha obrado de manera que se ha
seguido la muerte, incluso sin intención de darla.

El Aborto en el Catecismo de la Iglesia Catolica

El aborto

2270 La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el
momento de la concepción. Desde el primer momento de su existencia, el ser
humano debe ver reconocidos los derechos de la persona, entre los cuales está el
derecho inviolable de todo ser inocente a la vida (cf CDF, instr. "Donum vitae"
25).
Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses
te tenía consagrado (Jr 1,5; Jb 10,8-12; Sal 22, 10-11).
Y mis huesos no se te ocultaban, cuando era yo hecho en lo secreto, tejido en las
honduras de la tierra (Sal 139,15)
2271 Desde el siglo primero, la Iglesia ha afirmado la malicia moral de todo aborto
provocado. Esta enseñanza no ha cambiado; permanece invariable. El aborto
directo, es decir, querido como un fin o como un medio, es gravemente contrario a
la ley moral.
No matarás el embrión mediante el aborto, no darás muerte al recién nacido
(Didajé, 2,2; Bernabé, ep. 19,5; Epístola a Diogneto 5,5; Tertuliano, apol. 9).
Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la excelsa misión de conservar
la vida, misión que deben cumplir de modo digno del hombre. Por consiguiente,
se ha de proteger la vida con el máximo cuidado desde la concepción; tanto el
aborto como el infanticidio son crímenes nefandos (GS 51,3).
2272 La cooperación formal a un aborto constituye una falta grave. La Iglesia sanciona
con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana. "Quien
procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae"
(CIC, can. 1398) es decir, "de modo que incurre ipso facto en ella quien comete el
delito" (CIC, can 1314), en las condiciones previstas por el Derecho (cf CIC, can.
1323-24). Con esto la Iglesia no pretende restringir el ámbito de la misericordia;
lo que hace es manifestar la gravedad del crimen cometido, el daño irreparable
causado al inocente a quien se da muerte, a sus padres y a toda la sociedad.
2273 El derecho inalienable a la vida de todo individuo humano inocente constituye un
elemento constitutivo de la sociedad civil y de su legislación:
"Los derechos inalienables de la persona deben ser reconocidos y respetados por
parte de la sociedad civil y de la autoridad política. Estos derechos del hombre no
están subordinados ni a los individuos ni a los padres, y tampoco son una
concesión de la sociedad o del Estado: pertenecen a la naturaleza humana y son
inherentes a la persona en virtud de la acto creador que la ha originado. Entre esos
derechos fundamentales es preciso recordar a este propósito el derecho de todo ser
humano a la vida y a integridad física desde la concepción hasta la muerte" (CDF,
instr. "Donum vitae" 101-102) .
"Cuando una ley positiva priva a una categoría de seres humanos de la protección
que el ordenamiento civil les debe, el Estado niega la igualdad de todos ante la
ley. Cuando el Estado no pone su poder al servicio de los derechos de todo
ciudadano, y particularmente de quien es más débil, se quebrantan los
fundamentos mismos del Estado de derecho...El respeto y la protección que se han
de garantizar, desde su misma concepción, a quien debe nacer, exige que la ley
prevea sanciones penales apropiadas para toda deliberada violación de sus
derechos" (CDF, instr. "Donum vitae" 103.104).
2274 Puesto que debe ser tratado como una persona desde la concepción, el embrión
deberá ser defendido en su integridad, cuidado y curado en la medida de lo
posible, como todo otro ser humano.
El diagnóstico prenatal es moralmente lícito, "si respeta la vida e integridad del
embrión y del feto humano, y si se orienta hacia su custodia o hacia su curación...
Pero se opondrá gravemente a la ley moral cuando contempla la posibilidad, en
dependencia de sus resultados, de provocar un aborto: un diagnóstico que
atestigua la existencia de una malformación o de una enfermedad hereditaria no
debe equivaler a una sentencia de muerte" (CDF, instr. "Donum vitae" 34).
2275 Se deben considerar "lícitas las intervenciones sobre el embrión humano, siempre
que respeten la vida y la integridad del embrión, que no lo expongan a riesgos
desproporcionados, que tengan como fin su curación, la mejora de sus
condiciones de salud o su supervivencia individual" (CDF, instr. "Donum vitae"
36).
"Es inmoral producir embriones humanos destinados a ser explotados como
`material biológico' disponible" (CDF, instr. "Donum vitae" 45).
"Algunos intentos de intervenir en el patrimonio cromosómico y genético no son
terapéuticos, sino que miran a la producción de seres humanos seleccionados en
cuanto al sexo u otras cualidades prefijadas. Estas manipulaciones son contrarias a
la dignidad personal del ser humano, a su integridad y a su identidad" (CDF, Inst.
"Donum vitae" 50).

El Suicidio en el Catecismo de la Iglesia Catolica

El suicidio

2280 Cada uno es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. El sigue
siendo su soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a recibirla con gratitud y
preservarla para su honor y la salvación de nuestras almas. Somos administradores
y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. No disponemos de ella.
2281 El suicidio contradice la inclinación natural del ser humano a conservar y
perpetuar su vida. Es gravemente contrario al justo amor de sí mismo. Ofende
también al amor del prójimo porque rompe injustamente los lazos de solidaridad
con las sociedades familiar, nacional y humana con las cuales estamos obligados.
El suicidio es contrario al amor del Dios vivo.
2282 Si es cometido con intención de servir de ejemplo, especialmente a los jóvenes, el
suicidio adquiere además la gravedad del escándalo. La cooperación voluntaria al
suicidio es contraria a la ley moral.
Trastornos síquicos graves, la angustia, o el temor grave de la prueba, del
sufrimiento o de la tortura, pueden disminuir la responsabilidad del suicida.
2283 No se debe desesperar de la salvación eterna de aquellas personas que se han dado
muerte. Dios puede haberles facilitado por vías que él solo conoce la ocasión de
un arrepentimiento saludable. La Iglesia ora por las personas que han atentado
contra su vida.

La Eutanasia en el Catecismo Iglesia Catolica

La eutanasia

2276 Aquellos cuya vida se encuentra disminuida o debilitada tienen derecho a un
respeto especial. Las personas enfermas o disminuidas deben ser atendidas para
que lleven una vida tan normal como sea posible.
2277 Cualesquiera que sean los motivos y los medios, la eut anasia directa consiste en
poner fin a la vida de personas disminuidas, enfermas o moribundas. Es
moralmente reprobable.
Por tanto, una acción o una omisión que, de suyo o en la intención, provoca la
muerte para suprimir el dolor, constituye un homicidio gravemente contrario a la
dignidad de la persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador. El error de
juicio en el que se puede haber caído de buena fe no cambia la naturaleza de este
acto homicida, que se ha de proscribir y excluir siempre.
2278 La interrupción de tratamientos médicos onerosos, peligrosos, extraordinarios o
desproporcionados a los resultados puede ser legítimo. Interrumpir estos
tratamientos es rechazar el "encarnizamiento terapéutico". Con esto no se pretende
provocar la muerte; se acepta no poder impedirla. Las decisiones deben ser
tomadas por el paciente, si para ello tiene competencia y capacidad o si no por los
que tienen los derechos legales, respetando siempre la voluntad razonable y los
intereses legítimos del paciente.
2279 Aunque la muerte se considere inminente, los cuidados ordinarios debidos a una
persona enferma no pueden legítimamente ser interrumpidos. El uso de
analgésicos para aliviar los sufrimientos del moribundo, incluso con riesgo de
abreviar sus días, puede ser moralmente conforme a la dignidad humana si la
muerte no es buscada, ni como fin ni como medio, sino solamente prevista y
tolerada como inevitable. Los cuidados paliativos constituyen una forma
privilegiada de la caridad desinteresada. Por esta razón deben ser alentados.

miércoles, 22 de abril de 2009

Declaración final "El embrión humano en la fase preimplantacional

Declaración final "El embrión humano en la fase preimplantacional" (26 marzo 2006)

Escrito por Pontificia Academia Pro Vita (PAV)lunes, 26 de junio de 2006

Descargar Texto resumen de las Ponencias y Comunicaciones

Con ocasión de su XII asamblea general, la Academia pontificia para la vida ha celebrado un congreso internacional sobre el tema: «El embrión humano en la fase de la preimplantación. Aspectos científicos y consideraciones bioéticas». Al final de los trabajos, la Academia pontificia para la vida desea ofrecer a la sociedad civil en su conjunto algunas consideraciones sobre lo que fue objeto de su reflexión.

1. A nadie escapa que gran parte del debate bioético contemporáneo, sobre todo durante los últimos años, se ha centrado en la realidad del embrión humano, ya sea considerado en sí mismo ya en relación a la actuación de los demás seres humanos con respecto a él. Eso se explica bien teniendo en cuenta que las múltiples implicaciones (científicas, filosóficas, éticas, religiosas, legislativas, económicas, ideológicas, etc.) vinculadas a estos ámbitos acaban inevitablemente por catalizar diferentes intereses, así como por atraer la atención de quienes buscan un obrar ético auténtico.Por eso, resulta ineludible afrontar una cuestión fundamental: «¿Quién o qué es el embrión humano?», para poder derivar de una respuesta fundada y coherente a esa pregunta criterios de acción que respeten plenamente la verdad integral del embrión mismo.Con ese fin, según una correcta metodología bioética, es necesario ante todo dirigir la mirada a los datos que pone a nuestra disposición la ciencia más actualizada, permitiéndonos conocer con gran detalle los diversos procesos a través de los cuales un nuevo ser humano inicia su existencia.Esos datos deberán ser sometidos luego a la interpretación antropológica, con el fin de poner de relieve sus significados y sus valores emergentes, a los cuales, por último, es preciso hacer referencia para derivar las normas morales del obrar concreto, de la praxis operativa.

2. Así pues, a la luz de los logros más recientes de la embriología se pueden establecer algunos puntos esenciales reconocidos universalmente:

a) El momento que marca el inicio de la existencia de un nuevo «ser humano» está constituido por la penetración del espermatozoide en el oocito. La fecundación impulsa toda una serie de acontecimientos articulados y transforma la célula huevo en «cigoto». En la especie humana entran dentro del oocito el núcleo del espermatozoide (incluido en la cabeza) y un centríolo (el cual desempeñará un papel decisivo en la formación del huso mitótico en el acto de la primera división celular); la membrana plasmática queda fuera. El núcleo masculino sufre profundas modificaciones bioquímicas y estructurales que dependen del citoplasma ovular y que van a predisponer la función que el genoma masculino comenzará inmediatamente a desarrollar. En efecto, se asiste a la descondensación de la cromatina (inducida por factores sintetizados en las últimas fases de la ovogénesis) que hace posible la transmisión de los genes paternos.El oocito, después del ingreso del espermatozoide, completa su segunda división meyótica y expulsa el segundo glóbulo polar, reduciendo su genoma a un número haploide de cromosomas con el fin de reconstituir, juntamente con los cromosomas llevados desde el núcleo masculino, el cariotipo característico de la especie. Al mismo tiempo, lleva a cabo una «activación» desde el punto de vista metabólico con vistas a la primera mitosis.Siempre es el ambiente citoplasmático del oocito el que lleva al centríolo del espermatozoide a duplicarse, constituyendo así el centrosoma del cigoto. Ese centrosoma se duplica con vistas a la constitución de los microtúbulos que compondrán el huso mitótico.Los dos set cromosómicos encuentran el huso mitótico ya formado y se disponen en el ecuador en posición de metafase. Siguen las demás fases de la mitosis y al final el citoplasma se divide y el cigoto da vida a los primeros dos blastómeros.La activación del genoma embrional es probablemente un proceso gradual. En el embrión unicelular humano ya son activos siete genes; otros se expresan en el paso de la fase de cigoto a la de dos células.

b) La biología, y más en particular la embriología, proporcionan la documentación de una dirección definida de desarrollo: eso significa que el proceso está «orientado» -en el tiempo- en la dirección de una progresiva diferenciación y adquisición de complejidad y no puede retroceder a fases ya recorridas.

c) Otro punto ya adquirido con las primerísimas fases del desarrollo es el de la «autonomía» del nuevo ser en el proceso de autoduplicación del material genético.

d) También están estrechamente relacionados con la propiedad de la «continuidad» las características de «gradualidad» (el paso, necesario en el tiempo, de una fase menos diferenciada a la más diferenciada) y de «coordinación» del desarrollo (existencia de mecanismos que regulan en un conjunto unitario el proceso de desarrollo). A estas propiedades -al inicio casi olvidadas en el debate bioético- cada vez se les da mayor importancia en los últimos tiempos, a causa de los logros positivos que la investigación ofrece sobre la dinámica del desarrollo embrional incluso en la fase de «mórula» que precede a la formación de blastocito. El conjunto de estas tendencias constituye la base para interpretar el cigoto ya como un «organismo» primordial (organismo monocelular) que expresa coherentemente sus potencialidades de desarrollo a través de una continua integración primero entre los diversos componentes internos y luego entre las células a las que da lugar progresivamente. La integración es tanto morfológica como bioquímica. Las investigaciones que se están llevando a cabo desde hace ya algunos años no hacen más que aportar nuevas «pruebas» de estas realidades.

3. Esos logros de la embriología moderna necesitan ser sometidos al análisis de la interpretación filosófico-antropológica para poder percibir los grandes valores que todo ser humano, aunque sea en la fase embrional, lleva consigo y expresa. Por consiguiente, se trata de afrontar la cuestión fundamental del status moral del embrión.Es sabido que, entre las diversas propuestas hermenéuticas presentes en el debate bioético actual, se han indicado varios momentos del desarrollo embrional humano a los cuales unir la atribución al mismo de un status moral, a menudo aduciendo razones fundadas en criterios «extrínsecos» (es decir, partiendo de factores externos al embrión mismo). Pero ese modo de proceder no es idóneo para identificar realmente el status moral del embrión, dado que todo posible juicio acaba por basarse en elementos totalmente convencionales y arbitrarios.Para poder formular un juicio más objetivo sobre la realidad del embrión humano y, por tanto, deducir indicaciones éticas, es preciso más bien tomar en cuenta criterios «intrínsecos» al embrión mismo, comenzando precisamente por los datos que el conocimiento científico pone a nuestra disposición. A partir de ellos se puede afirmar que el embrión humano en la fase de la preimplantación es: a) un ser de la especie humana; b) un ser individual; c) un ser que posee en sí la finalidad de desarrollarse en cuanto persona humana y a la vez la capacidad intrínseca de realizar ese desarrollo.¿De todo ello se puede concluir que el embrión humano en la fase de la preimplantación ya es realmente una persona? Es obvio que, tratándose de una interpretación filosófica, la respuesta a esta pregunta no es de «fe definida» y permanece abierta, en cualquier caso, a ulteriores consideraciones.Con todo, precisamente a partir de los datos biológicos de los que se dispone, consideramos que no existe ninguna razón significativa que lleve a negar que el embrión es persona ya en esta fase. Naturalmente, eso presupone una interpretación del concepto de persona de tipo substancial, es decir, referida a la misma naturaleza humana en cuanto tal, rica en potencialidades que se expresarán a lo largo de todo el desarrollo embrional y también después del nacimiento.En apoyo de esta posición, conviene observar que la teoría de la animación inmediata, aplicada a todo ser humano que viene a la existencia, resulta plenamente coherente con su realidad biológica (así como en «substancial» continuidad con el pensamiento de la Tradición). «Porque tú mis riñones has formado, me has tejido en el vientre de mi madre; yo te doy gracias por tantas maravillas: prodigio soy, prodigios son tus obras. Mi alma conocías cabalmente», dice el Salmo (Sal 139, 13-14), refiriéndose a la intervención directa de Dios en la creación del alma de todo nuevo ser humano.Además, desde el punto de vista moral, por encima de cualquier consideración sobre la personalidad del embrión humano, el simple hecho de estar en presencia de un ser humano (y sería suficiente incluso la duda de encontrarse en su presencia) exige en relación con él el pleno respeto de su integridad y dignidad: todo comportamiento que de algún modo pueda constituir una amenaza o una ofensa a sus derechos fundamentales, el primero de los cuales es el derecho a la vida, ha de considerarse gravemente inmoral.Para concluir, deseamos hacer nuestras las palabras que el Santo Padre Benedicto XVI pronunció en su discurso a nuestro congreso: «El amor de Dios no hace diferencia entre el recién concebido, aún en el seno de su madre, y el niño o el joven o el hombre maduro o el anciano. No hace diferencia, porque en cada uno de ellos ve la huella de su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 26). No hace diferencia, porque en todos ve reflejado el rostro de su Hijo unigénito, en quien “nos ha elegido antes de la creación del mundo (...), eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos (...), según el beneplácito de su voluntad” (Ef 1, 4-6)

(Discurso a los participantes en la asamblea general de la Academia Pontificia para la Vida y al Congreso internacional sobre «El embrión humano en la fase de la preimplantación», 27 de febrero de 2006: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de marzo de 2006, p. 4).(Publicado en "L'Osservatore Romano" edición en lengua italiana de Jueves 23 de marzo de 2006, pag.6)

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Enciclica Casti connubii, sobre el matrimonio cristiano

Autor: S.S. Pío XI Casti connubii
Carta encíclica sobre el matrimonio cristiano.

Debido a la falta de información y de difusión de los documentos eclesiales, algunas personas se quejan de que la Iglesia se ha quedado fuera de las realidades diarias de los cristianos.Sin embargo la Iglesia, como Madre y Maestra, nunca ha dejado de preocuparse de cada uno de los detalles de la vida de sus hijos y ha ido actualizando su mensaje salvífico de acuerdo con las nuevas problemáticas que surgen con el desarrollo de las nuevas tecnologías.Siendo la familia una realidad muy importante y la base de la educación religiosa y humana de los hombres, la Iglesia le ha dedicado varias obras y documentos para motivar, encauzar y aclarar cualquier duda acerca de la vida matrimonial y familiar.


Enciclica e PDF
http://www.statveritas.com.ar/Magisterio%20de%20la%20Iglesia/CARTA_ENCICLICA_CASTI_CONNUBII(Sobre_el_Matrimonio_cristiano).pdf

Enciclica Evangelium Vitae

El Papa Juan Pablo II en Evangelium Vitae afirma:

"La vida humana comienza en la concepción. En ese instante Dios crea un alma eterna, única y el pequeño bebé es imagen de Dios. Es Dios quien lo forma y lo plasma con sus manos, que lo ve mientras es todavía un pequeño embrión informe (cf. Sal 139/138).
Incluso cuando está todavía en el seno materno -como testimonian numerosos textos bíblicos- el hombre es término personalísimo de la amorosa y paterna providencia divina.” (, Cap. 3, #61).

"El Magisterio pontificio más reciente ha reafirmado con gran vigor esta doctrina común (condenando del aborto). En particular, Pío XI en la Encíclica rechazó las pretendidas justificaciones del aborto; Pío XII excluyó todo aborto directo, o sea, todo acto que tienda directamente a destruir la vida humana aún no nacida, «tanto si tal destrucción se entiende como fin o sólo como medio para el fin»; Juan XXIII reafirmó que la vida humana es sagrada, porque «desde que aflora, ella implica directamente la acción creadora de Dios». El Concilio Vaticano II, como ya he recordado, condenó con gran severidad el aborto: «se ha de proteger la vida con el máximo cuidado desde la concepción; tanto el aborto como el infanticidio son crímenes nefandos»".
"Declaro que el aborto directo, esto es, el aborto voluntario empleado como un fin o un medio, siempre constituirá un grave desorden moral, puesto que es la muerte deliberada de un ser inocente. Ninguna circunstancia, propósito o ley de ninguna naturaleza podrá jamás volver lícito un acto que es intrínsecamente ilícito, puesto que es contrario a la ley de Dios que se halla escrita en cada corazón humano, es dictada por la razón misma y proclamada por la Iglesia" (Evangelium Vitae 62C).
Ver también encíclica de Pío XI: Casti connubii

Enciclica Evangelium Vitae en PDF
http://www.uca.edu.ar/esp/sec-fvf/esp/docs-documentos/aborto/Documentos-Eclesiales/Santo-Padre/Aborto-E-Vitae.pdf

martes, 21 de abril de 2009

Aborto Terapeutico

Aborto Terapéutico: ¿Qué pasa cuando peligra la vida de la madre?

Por la Dra. Concepción Morales y Adolfo J. Castañeda

¿Qué se debe hacer cuando peligra la vida una madre embarazada? En primer lugar hay que distinguir entre el mal llamado aborto "terapéutico" y el "aborto indirecto". El aborto "terapéutico" es un aborto directo porque mata directamente al bebé no nacido como medio para presuntamente salvar a la madre, cuando en realidad hay otras alternativas para salvarla a ella y a su bebé no nacido. Por consiguiente, el aborto "terapéutico", como todo aborto directo o provocado, es un acto intrínseca y gravemente inmoral, por cuanto constituye la destrucción directa de un ser humano inocente, y por ello no está justificado en ningún caso. En realidad la frase aborto "terapéutico" es una contradicción en términos, porque ningún aborto salva o cura a nadie (que es lo que la palabra "terapéutico" quiere decir). Distinto es el caso del "aborto indirecto", que en realidad no es un aborto en el sentido verdadero de la palabra: no es un aborto directamente provocado. Se trata del caso en el que la vida de la madre embarazada corre un peligro inminente, y la situación es tal, que si el médico esperara a que el bebito fuera viable (momento a partir del cual puede vivir fuera del útero con la tecnología disponible), morirían tanto la madre como él, ya que antes de que llegase el momento de la viabilidad, se produciría la muerte de la madre y el bebito moriría también. La situación también es tal que el médico tampoco tiene otra alternativa para salvar a los dos, si la hubiera, tendría que recurrir a ella. Entonces el médico no tiene más remedio que intervenir, tratando siempre de salvar a ambos (al bebé no nacido y a su madre). Si en ese proceso el bebé muere como un efecto no directamente causado ni querido por el médico, entonces no hay por qué culpar a nadie. Se trata de un "aborto indirecto", y aunque ciertamente es una tragedia, no es algo moralmente imputable. Obsérvese que no estamos hablando de una excepción a la prohibición del aborto directo o provocado. El aborto directo o provocado no tiene excepción alguna. El caso del que estamos hablando aquí es, como ya hemos señalado, un "aborto indirecto", tanto en la causa como en la intención. Por consiguiente, se trata de un caso completamente distinto y que por tanto cae fuera de la norma que prohibe, de forma absoluta, la destrucción directa de un ser humano inocente. Hay que observar también que, en el caso del "aborto indirecto", no se trata de que el médico escoja entre salvar al bebé no nacido o a su madre, se trata de optar por salvar las dos vidas. Si a consecuencia de tratar de salvar a las dos vidas, muere una, ello no depende de la opción del médico. Gracias a Dios, cada vez se logra la supervivencia fuera del útero materno de niños con menos tiempo de edad gestacional. Y también gracias a Dios y al avance tecnológico, se logran salvar bebitos no nacidos en situaciones en las que antes no se lograban salvar y en las que por tanto, ya no se puede invocar el principio del aborto indirecto para justificar una intervención que da como resultado la muerte indirecta del no nacido y el que la madre se salve, porque ahora ambos se pueden salvar. Veamos los casos de embarazos ectópicos, es decir, de embarazos fuera del útero. De todos los embriones ectópicos, el más frecuente es el tubárico. Este se produce porque las trompas no tienen sana su fisiología o su anatomía. Ello puede ser causado por inflamaciones tubáricas, que a su vez son causadas por abortos provocados anteriormente que dan lugar a infecciones. También pueden ser causadas por enfermedades de transmisión sexual; por el uso deldispositivo intrauterino (DIU o IUD), que dicho sea de paso, es abortivo; etc. Al ocurrir esto, el grosor interior de la trompa disminuye, permitendo que pase el espermatozoide y fecunde al ovocito, pero no permite que pase el ovocito fecundado o cigoto (o sea, el nuevo ser humano) por la trompa hacia el útero, sino que queda atrapado en la trompa y al crecer la rompe y muere el embrión y puede morir la madre, si no se detecta a tiempo. En la época pre-ultrasonido generalmente se hacía el diagnóstico cuando la trompa ya se había roto. Ahora se puede diagnosticar con más frecuencia y antelación con el niño vivo dentro de la trompa. Es entonces que se crea el dilema ético y se aplica el principio del "doble efecto", que en este caso implica sacar un órgano enfermo dentro del cual hay un niño vivo. Sin embargo, hay que valorar en qué medio se está. No es igual un embarazo tubárico en un centro médico donde se tiene la tecnología adecuada que en otro donde no se tiene. Por otra parte, hay que valorar la posibilidad de que ese embrión tubárico en vez de reventar la trompa sea expulsado hacia la cavidad abdominal, produciéndose así un embarazo ectópico abdominal. En esos casos el embarazo puede llegar a término y nacer el niño vivo por laparotomía. Pero aunque el niño permanezca en la trompa, con la tecnología moderna, ha habido casos en los que se ha llevado al niño de la trompa al útero y consecuentemente se ha salvado al niño. Esto sería la forma ideal y correcta de tratamiento del embarazo ectópico tubárico, ya que se salvaría el niño, además de la madre. Pero, lamentablemente, requiere técnicas y equipos no disponibles en todos los lugares del mundo. Donde sí los haya, estos medios se deben emplear, se trata de un grave deber ético. Tener una "expectación armada" ante el embarazo ectópico es lo que se debe hacer. Ello se refiere a que los médicos estén con la tecnología y los medicamentos listos, pero sin intervenir siguiendo muy de cerca a la mujer en esta situación, la cual estaría hospitalizada durante todo este tiempo, para entonces, en el momento adecuado, si ello es posible, salvar también al niño no nacido y si no, esperar a que este muera de forma natural para entonces extraerlo. De esa manera se estaría respetando la vida del niño ectópico. Hay que realizar esfuerzos, en la medida de lo posible, para que esa "expectación armada" se lleve a cabo en todas las instalaciones médicas. Ello también es un grave deber moral. Pero, lamentablemente, no en todas partes se cuenta con lo necesario para ello y el índice de muerte materna por embarazo tubárico es muy elevado y los niños que nacen a consecuencia de un embarazo ectópico es muy bajo y muy pocos sobreviven. Aunque hay que respetar toda vida humana, la situación inmediata de la mujer en un embarazo ectópico es mucho más grave que la de una mujer embarazada en el caso, por ejemplo, de un cáncer de útero, en el cual sí se pueden salvar a ambos: madre e hijo no nacido con la tecnología de que se dispone en la actualidad en prácticamente todos los lugares del mundo. \

La Dra. Concepción Morales es Especialista de Medicina Interna del Hospital Materno-Docente "Hijas de Galicia" y Presidenta de Pro-vida Cuba, organización de la Iglesia Católica. Adolfo J. Castañeda tiene una licencia en teología moral de la Academia Alfonsiana en Roma y es Director de Programas Educativos de Vida Humana Internacional.

http://www.aciprensa.com/aborto/aterapeutico.htm

Sentido Cristiano de la Muerte

III. SENTIDO CRISTIANO DE LA MUERTE

Si el momento del nacimiento está lleno de grandeza, con la muerte se asiste al derrumbamiento más absoluto de la persona.
Pocos temas han sufrido un cambio tan brusco en el pensamiento moderno como el de la muerte: de la obse­sión por ella de la filosofía existencialista, se ha pasado a olvidarla en el pensamiento actual.
El dramatismo de la muerte está así formulado por el Concilio Vaticano II en los epígonos del existencialismo histórico: «El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. La semilla de eternidad que en sí lleva, por ser irreductible a la sola materia, se levanta contra la muer­te. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy úti­les que sean, no pueden calmar esta ansiedad del hombre: la prórroga de la longevidad que hoy proporciona la biolo­gía no puede satisfacer ese deseo del más allá que surge ineluctablemente del corazón humano» (GS, 18).
Dado que hoy a nivel intelectual no inquieta demasia­do el tema de la muerte, una de las misiones de la Teología Moral es despertar en el hombre estas preguntas: ¿Qué sentido tiene la vida sí está destinada a morir? ¿Cómo vivir de forma que la muerte nos reafirme en los valores que aquí hemos practicado?

1. Enseñanzas bíblicas sobre la muerte

Las afirmaciones bíblicas más destacadas sobre el sen­tido de la muerte son las siguientes:
- La muerte, fin común de todos los hombres. A este respecto la Revelación hace de buen pedagogo recordando al hombre la universalidad de la muerte (2 Sam 14, 14; Eccl 3, 1-2).
- La muerte es el precio del pecado. Es una afirmación reiterada en el N. T. Es la tesis del conocido texto de San Pablo a los Romanos (Rom 5, 12). Pero, además del pecado de origen, el N. T. insiste en que el pecado siempre engen­dra la muerte (Rom 6, 21.23;! Cor 15, 33; 2 Cor 2, 16).
- La muerte es el fin del estadio terrestre. Algunas pará­bolas de Jesús tienen esta enseñanza (Mt 25). El N. T. alien­ta a los cristianos a perseverar hasta la muerte: «Sé fiel hasta le muerte y te daré la corona de la vida» (Apoc 2,10).
- La muerte es el comienzo de la vida eterna. Jesús, con vista a la muerte, propone la imagen de los dos caminos (Mt 7,13-14). Y el Apocalipsis cierra la Revelación con la promesa de dar la corona de la vida, al que «sea fiel hasta la muerte» (Apoc 2, l0).

2. Sentido cristiano de la muerte

Si la filosofía actual es menos sensible por el tema de la muerte, no cabe decir lo mismo de la teología. Y, a pesar de que algunos autores afirmen que es un tema profano a la teología y se ha inventado un nuevo término para designar­la, «tanatología», no obstante no pocos autores han vuelto a reflexionar desde la fe acerca del sentido de la muerte.
Volver a plantear el sentido de la muerte es también un cometido de la Ética Teológica, dado que la creencia en el más allá, según las estadísticas, ha bajado notablemente. Y. sin caer en una ética exclusivamente escatológica. la moral cristiana, al mismo tiempo que urge las obligaciones mora­les en esta vida. no puede ocultar que una de las caracterís­ticas de la moral del N. T. es que la conducta humana mere­ce premio o castigo en la otra vida.
En relación con lo que aquí interesa, la enseñanza católica sobre la muerte cabe formularla en las siguientes proposiciones:
- La pregunta sobre la muerte es coincidente con la pre­gunta sobre la vida. Es decir, el creyente descubre el senti­do de la vida humana a la luz de la creencia en la muerte, pues la vida adquiere su pleno sentido en el momento en que finaliza.
- La pregunta sobre la muerte cuestiona la existencia presente. La muerte ayuda a comprender el valor real del tiempo v de la vida de aquí. Desde la muerte se ve que la existencia humana está limitada por dos condiciones: es relativa y penúltima: sólo el «más allá» es absoluto v ultimo.
- La cuestión sobre la muerte es la respuesta sobre el sentido de la vida moral. La moral cristiana no es sólo una moral del tiempo presente, para «vivir bien», sino además para «morir bien». Esta idea quita cualquier solvencia a las doctrinas reencarnacionistas (cfr. CEC, 1013).


3. Derecho a morir con dignidad.

Las distintas etapas de la vida humana son dignas, pero el momento de la muerte merece especial atención porque la vida del enfermo está deteriorada y por ello más necesitada de atención. Además, la muerte es la prepara­ción para la eternidad.
También en relación con la muerte la ciencia médica ha experimentado progresos técnicos en dos aspectos: en alargaría más de lo debido y en adelantaría antes de un óbito normal. En ambos casos se pueden violar los dere­chos del enfermo: el derecho a morir con la dignidad que le corresponde y el derecho a vivir el tiempo que Dios haya dispuesto a cada hombre. Estas distintas situaciones adquieren nombres diversos:
- Ortotanasia: Es la praxis médica por la cual se acep­ta la situación terminal de un enfermo y no se le aplican medios extraordinarios para alargar la vida más allá del tiempo debido.
- Distanasia: Es la acción médica de alargar la vida más de lo debido por motivos diversos: experiencias médi­cas, intereses familiares (herencias), sociales (un jefe polí­tico), etc.
Como es lógico, no siempre será fácil distinguir estos dos estados. Existen situaciones en las que será difícil fijar la frontera entre uno y otro. Por eso, el criterio determi­nante suele ser la «intención» y el «fin» que decide el jui­cio de cada una de estas dos situaciones. En caso de duda, puede decidir el equipo médico.

a) Valoración moral
La ortotanasia es lícita cuando a juicio del médico no deben aplicarse más medidas, dado que el enfermo se encuentra en estado terminal. El análisis y la característi­cas que se aplican para hablar de estado terminal, en general, están fijadas por la medicina. En un Documento oficial de la Santa Sede se afirma:
«En muchos casos, ¿no sería una tortura inútil imponer la reanimación vegetativa en la última fase de una enferme­dad incurable? El deber del médico consiste más bien en hacer posible por calmar el dolor en vez de alargar el mayor tiempo posible, con cualquier medio v en cualquier condición, una vida que ya no es del todo humana y que se dirige naturalmente hacia su acabamiento» (A las Feder. lntern. de Asistencias Medicas Católicas, 1 -X-1970).
La Distanasia está prohibida, pues no respeta el dere­cho que tiene el hombre a morir con la dignidad que se merece. Lo que decide la moralidad de prolongar la vida son dos criterios: los medios empleados y el fin por el que se alarga la vida. En relación con los medios se aplica la teoría de «medios ordinarios» y «extraordinarios», que no siempre es fácil de fijar. Por ello, se prefiere hablar de medios «proporcionados». Pero más bien se ha de tomar como criterio de valoración ética el fin y la intención de mantener al enfermo terminal con medios que se juzgan desproporcionados. El Catecismo de la Iglesia Católica enseña:
«La interrupción de tratamientos médicos onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser legítima. Interrumpir estos tratamien­tos es rechazar el 'encarnizamiento terapéutico'. Con esto no se pretende provocar la muerte; se acepta no poder impedirla. Las decisiones deben ser tomadas por el pacien­te, si para ello tiene competencia y capacidad o si no por los que tienen derechos legales, respetando siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del paciente» (CEC, 2278).

b) La eutanasia. Su eticidad
«Eutanasia» deriva del griego «eu» (bueno) y «zána­tos» (muerte), significa, pues «buen morir» o «buena muerte». De ahí deriva su acepción de «muerte feliz». El Diccionario de la Real Academia la define: «Muerte sin sufrimiento y, en sentido estricto, la que así se provoca voluntariamente».
Y la Encíclica Evangelium vitae la define:
«Por eutanasia en sentido verdadero y propio se debe entender una acción o una omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte. con el fin de eliminar cual­quier dolor» (EV. 65).
El tema no es nuevo, se ha planteado en todas las épo­cas, pero lo que resulta novedoso es la defensa a ultranza, el requerimiento de una ley permisiva v la extensión que toma en nuestra cultura. La Congregación para la Doctrina de la Fe he emitido un amplio documento sobre el tema (DE, 27-VI-1980).
La eutanasia puede ser «activa» cuando es demandada por el mismo interesado y «pasiva», si se practica sin su consentimiento.
Los principios éticos que se ofrecen para la condena de la eutanasia, tanto activa como pasiva son los siguientes:
- Principio de inviolabilidad de la vida humana. El hombre no es dueño absoluto de la vida, por eso no puede disponer de ella, menos aún otros, como sucede en la eutanasia pasiva.
- Superioridad de la vida sobre otro valor. No hay valor que pueda compararse con la vida. Los que defienden la eutanasia, confunden la «dignidad», con la «compasión».
- Peligro de abuso por parte de las autoridades. No es un fantasma, permitida la eutanasia, siempre se encontra­rán razones suficientes para aplicarla.
- Se resiente y baja el sentido moral de la sociedad. La vida es un don tan grande, que cuando se adquiere domi­nio para matarla surge un desmoronamiento de la ética social.
El juicio ético se formula así en el Documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe:
«Es necesario reafirmar con toda firmeza, que nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocen­te. sea feto o embrión. niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie además puede pedir este gesto homicida para sí mismo o para otros confiados a su responsabilidad. ni puede consentirlo explícita o implícita­mente. Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo. Se trata. en efecto. de una violación de la ley divina. de una ofensa a la dignidad de la persona humana, de un crimen contra la vida. de un atentado contra la humanidad» (DE. 15).
La misma condena se repite en la Encíclica Evangelium vitae. Juan Pablo apela a esta fórmula tan solemne:
«De acuerdo con el Magisterio de mis Predecesores y en comunión con los Obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eutanasia es una grave violación de la Lev de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita: es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal. Semejante práctica conlleva, según las circunstancias, la malicia propia del suicidio o del homicidio» (EV, 65).
Conclusión: El Magisterio ha defendido siempre la vida humana, por lo que ha condenado cualquier regula­ción jurídica que permita violarla, y pone de manifiesto lo equívoco que es apelar a la admisión democrática, mediante una ley refrendada por la votación popular. Como resumen de este amplio magisterio, baste citar la Encíclica Evangelium vitae:
«Si la autoridad pública puede. a veces, renunciar a reprimir aquello que provocaría, de estar prohibido. un daño más grave, sin embargo, nunca puede aceptar legiti­mar, como derecho de los individuos -aunque éstos fueran la mayoría de los miembros de la sociedad-, la ofensa infli­gida a otras personas mediante la negación de un derecho suyo tan fundamental como el de la vida. La tolerancia legal del aborto o de la eutanasia no puede de ningún modo invocar el respeto de la conciencia de los demás. precisa­mente porque la sociedad tiene el derecho y el deber de protegerse de los abusos que se pueden dar en nombre de la conciencia y bajo el pretexto de la libertad» (EV. 71).
El magisterio de los últimos Papas ha proclamado el valor de la vida humana desde su concepción hasta su muerte en una cultura, que amplios sectores del pensa­miento caracterizan como «cultura de la muerte». La Encíclica Evangelium vitae lo hace con estas duras pala­bras:
«En la búsqueda de las raíces más profundas de la lucha contra la 'cultura de la vida' y la 'cultura de la muer­te', no basta detenerse en la idea de la libertad... Es necesa­rio llegar al centro del drama vivido por el hombre contem­poráneo: el eclipse del sentido de Dios y del hombre, caracte­rístico del contexto social y cultural dominado por el secularismo, que con sus tentáculos penetrantes no deja de poner a prueba. a veces. a las mismas comunidades cristia­nas. Quien se deja contagiar por esta atmósfera, entra fácil­mente en el torbellino de un terrible círculo vicioso: per­diendo el sentido de Dios, se pierde también el sentido del hombre, de su dignidad y de su vida».
Seguidamente, el Papa añade que en tales condiciones culturales, se puede llegar a corromper la recta razón para percibir a Dios:
«La violación sistemática de la ley moral. especialmen­te en el grave campo del respeto a la vida humana y a su dignidad. Produce una especie de progresiva ofuscación de la capacidad de percibir la presencia vivificante y salvadora de Dios» (EV, 21).

extracto del texto del Pbro. Luis Rifo F.

Salud y Enfermedad

II SALUD Y ENFERMEDAD

Una buena parte de los dolores físicos y psíquicos son consecuencia de la enfermedad. A su vez, la enfermedad de un miembro afecta a la familia del enfermo y compro­mete a toda la sociedad. De aquí que la enfermedad impli­que al enfermo, a la familia y a la sociedad. La Ética Teológica se ocupa del conjunto de los valores morales que se integran en el hecho de la enfermedad.
De la enfermedad, desde el punto de vista técnico, se ocupa la medicina. Pero, dado que la ciencia médica tiene por objeto el bien de la persona humana, también su ejer­cicio v sus métodos no son ajenos a la ética. Por eso la Ética Teológica se ocupa del enfermo y de la medicina, si bien sólo en sus aspectos morales.

1. Derechos del enfermo

Dada la unidad radical de la persona humana, la enfer­medad, bien sea corporal o psíquica, afecta a la unidad del individuo, por eso origina derechos y deberes que es preci­so respetar.
a) Atención a la persona
La enfermedad sitúa al hombre en estado precario que demanda atención por parte de otros. Por lo que, si todo individuo debe ser considerado, con más esmero se debe cuidar a la persona que «además» está enferma. Este cui­dado afecta a los siguientes ámbitos: al estado que aqueja la enfermedad, a su situación afectiva y a su vida espiri­tual.
b) Derecho a conocer su situación médica
Es evidente que el enfermo tiene derecho a ser infor­mado acerca de la enfermedad que le aqueja, de los reme­dios que se le aplican, de la esperanza de recuperación, etcétera. Pero no es menos cierto que es preciso contar con la situación anímica del enfermo para saber en qué medida el conocimiento exacto de su estado ayuda o difi­culta la medicación. En general, si un enfermo en situa­ciones normales demanda que se le comunique el estado real de su salud, debe ser informado con la delicadeza del caso, pero con veracidad. Y, en la medida en que sus pre­guntas tiendan a conocer la gravedad real del mal que padece, debe satisfacérsele en todo lo que pregunta.
A la prudencia del médico corresponde discernir en qué medida la información influye en el ánimo del pacien­te, con el cual es preciso contar como factor de recupera­ción. Pero, en ningún caso se le debe mentir, máxime si corre peligro de muerte y debe disponerse a morir como cristiano, con la recepción de los sacramentos.
En resumen, es preciso encontrar el término medio entre la situación bastante habitual en que al enfermo se le engaña con todo tipo de argucias y la sinceridad absolu­ta que mediatice al enfermo y le reste ánimos para aspirar a la recuperación de la enfermedad.

2. Deberes del enfermo

El enfermo no sólo debe recabar derechos, sino que se le exige también el cumplimiento de estos deberes:

a) Deber de cuidarse
Si al hombre le incumbe la obligación de cuidar su vida, este deber es más grave, precisamente cuando está en peli­gro. Declarada la enfermedad, tiene obligación de cumplir los remedios aconsejados, medicarse, etc. La moral clásica distinguía entre «medios ordinarios» y «extraordinarios», esta distinción sigue teniendo validez, pero es claro que los que se consideraban «extraordinarios» en una época hoy son juzgados «ordinarios».
En conjunto se han de tomar como «ordinarios» todos los suficientemente probados que practica la medicina hospitalaria, incluso aunque sean dolorosos. Sólo, en los casos de extrema gravedad se pueden rehusar ciertas prác­ticas como se dirá al hablar de la eutanasia.

b) Deber de asumir las dificultades inherentes a la enfermedad
Desde el punto de vista ético, el enfermo tiene el deber de afrontar el dolor con fortaleza: no puede dejar caer sobre los demás los efectos de su enfermedad que sólo a él incumben. Un riesgo del enfermo es volverse sobre sí mismo v hacerse egoísta (cfr. CEC, 1501). Por ello, no debe pesar más de lo debido sobre el ambiente familiar, va con­dicionado por la enfermedad de uno de sus miembros. Además tiene la obligación de colaborar de buen ánimo con el médico para llevar a término los medios oportunos para la curación.
Como enfermo debe aprovechar la ocasión del dolor para mejorar en su personalidad y como cristiano no puede menospreciar la riqueza humana y cristiana que encierra compartir la Cruz con Jesucristo.
Algunos de los derechos y deberes del enfermo tienen ya reconocimiento jurídico o al menos se mencionan en los códigos deontológicos. En España se recogen en la Carta del Instituto Nacional de la Salud.

3. El secreto profesional

La intimidad de los temas relacionados con la propia salud y la relación tan estrecha entre enfermo y médico exigen una especial discreción en el uso de los conoci­mientos que el médico adquiere en consulta con el enfer­mo. El secreto profesional médico goza de una estimable tradición. Se menciona en el Juramento Hipocrático (500 a. C) con estos solemnes términos:
«Todo lo que viere y oyere en el ejercicio de mi profesión, y todo lo que supiere acerca de la vida de alguien, si es no deba ser divulgada. lo callaré y lo guardaré con secreto inviolable».
A su vez, el Instituto Nacional de la Salud de España establece: «El paciente tiene derecho a la confidencialidad de toda la información relacionada con su proceso, incluido el secreto de su estancia en centros y establecimientos sanita­rios. salvo por exigencias legales que lo hagan imprescindi­ble» (Código Deontológico, VI, a. 43).
La clase médica en general tiene el prestigio bien gana­do del cumplimiento de este juramento. Pero, en la actua­lidad, bien porque las relaciones entre el enfermo y el médico se han deteriorado, o por el riesgo que sufre el médico a causa de las reclamaciones que hacen los pacientes ante la justicia o bien porque la praxis hospitala­ria se mueve en pruebas muy variadas y en equipos médi­cos amplios, se corre el riesgo de que la intimidad del paciente sea compartida por todo el equipo y por ello se revelen aspectos que el enfermo prefiera que no sean conocidos.
El secreto profesional no impide que el médico se defienda en caso de que sea acusado. Asimismo, ante el aumento de denuncias contra los profesionales de la medi­cina, seguidas de juicio, el Código Médico regula así la conducta a seguir del médico:
«El Médico que compareciere como acusado ante el Colegio provincial, no puede invocar el secreto profesional, sino que debe expresarse con toda claridad y revelarlo: no obstante, tiene derecho a no revelar las confidencias del paciente.
El Médico llamado a testimoniar en materia disciplina­na. viene obligado a revelar, en la medida que lo permita el secreto profesional. todos los datos que interesen a la ms­trucción» (a. 53).

Dolor y Sufrimiento

1. DOLOR Y SUFRIMIENTO


Se usan indistintamente, sin embargo existe entre ellos alguna distinción: el «dolor» hace relación más directa con el cuerpo, mientras que el «sufrimiento» se refiere a los dolores del espíritu. Juan Pablo II evoca esta distinción y, al mismo tiempo, subraya la equivalencia:
«Esta distinción toma como fundamento la doble dimensión del ser humano, e indica el elemento corporal y espiritual... el sufrimiento físico se da cuando en cualquier manera 'duele el cuerpo', mientras que el sufrimiento es 'dolor del alma'» (SD, 5).

1. El enigma del dolor


El tema del dolor es uno de los grandes enigmas de la existencia humana. Por eso, el hombre de la calle y el inte­lectual se cuestionan sobre su sentido y ante él se dan las reacciones más divergentes: el pecador lo maldice y el santo lo asume con gozo. «La verdadera alegría, profesaba San Francisco de Asís, está en la cruz».

a) El dolor en la filosofía
Los filósofos de todos los tiempos se han enfrentado con el origen y el sentido del dolor. Y es que el enigma del sufrimiento despierta otros problemas más graves, entre ellos la existencia de Dios. En todas las religiones y filosofías, de una u otra forma, se repite la inquietante argu­mentación de Epicuro:
«Si Dios no quiere impedir el mal, no es suficientemen­te bueno. Si no puede impedirlo. no es omnipotente. Si no puede ni quiere, es débil y envidioso a la vez. Sí puede y quiere -y sólo esto es propio de Dios-, ¿de dónde procede el mal y por qué no lo elimina Dios?».
En el pensamiento cristiano, Boecio presenta la obje­ción casi en los mismos términos: «Si Dios existe, ¿de dónde sale el mal?; si no existe, ¿de dónde sale el bien?». Pero, precisamente, Boecio adelanta la solución que dará Tomás de Aquino: la existencia del mal no es un argumen­to contra Dios, sino, al contrario: precisamente porque se da el mal, Dios existe, pues, si el mal es desorden, previa­mente existe el orden, cuyo autor sólo puede ser Dios.
El tema se presentó de nuevo con fuerza en tiempo de Leibniz y se repitió en la filosofía existencial. La actitud atea de un sector del existencialismo se apoyaba en el hecho del mal: la «peste» de la última guerra mundial. El ateísmo de este sistema filosófico es el que tiene a la vista el Concilio Vaticano II al afirmar que «el ateísmo nace a veces como violenta protesta contra el mal en el mundo» (GS, 19). Ésta es la paradoja del dolor: o lleva al ateísmo o hace santo al hombre.

b) Enseñanzas bíblicas en tomo al sentido del dolor. Antiguo Testamento
El pueblo de Israel ha experimentado en su propia his­toria la existencia del mal: la esclavitud de Egipto, las derrotas, los castigos cruentos, el destierro... Pero la Biblia no exalta el dolor como otras religiones, sino que para el israelita el dolor es un mal, es «râ», es decir, es lo malo. De ahí que el lenguaje hebreo lo exprese con térmi­nos que significan «el gesto del que sufre» (hêbêl), o como un «escalofrío» (hîl), como «actitud de duelo» (êbel) o «emitir una queja» (mispêd), etc.
En cuanto al origen del dolor, conforme a la «pedago­gía divina», parece que en la Biblia ha habido una clara evolución. Hasta el libro de Job, el israelita considera al dolor como un castigo: es la tesis que se ventila en este libro: Job sufre todo un cúmulo de dolores y sin embargo es inocente. Con esta lección queda superada la tesis del origen del dolor como un castigo.
Es evidente que en el Antiguo Testamento no pocos males se deben al castigo de Dios por las infidelidades del pueblo o de sus representantes. Pero lo que demuestra el libro de Job es que no todos los males físicos tienen ese origen: también al inocente le acecha el dolor.
En dependencia con la idea de dolor-castigo enlaza la creencia de que «los hijos pagan los pecados de sus padres». Éste es el origen del proverbio: «Los padres comieron el agraz y los dientes de los hijos sufren la dente­ra» (1 Sam 2, 31-34; 2 Rey 5, 27). El profeta Ezequiel anunciará el final de esa creencia: « No repetiréis más ese proverbio» (Ez 18, 2-4). Y Jeremías sentenciará: «Cada uno por su culpa morirá: quienquiera que coma el agraz tendrá dentera» (Jer 31, 29-39).
La revelación posterior indica otros motivos que hacen útil el dolor: el sufrimiento tiene un valor purificador (Jer 9, 6; Eccl 2, 5; Sab 3, 4-6) y adquiere vigencia la concep­ción de «expiación vicaria»: unos sufren por el bien de otros (2 Mac 7, 38; Zac 12, 10; 15 33, 4-5).

2. La teología acerca del mal en el Nuevo Testamento


Si en el A. T. el paradigma del sufrimiento del inocente fue Job, en el N. T. el modelo del dolor libremente asumi­do es Jesucristo. Desde la muerte de Cristo en el Calvario, la Cruz se ha convertido en el emblema del dolor para toda una civilización.

a) Doctrina de Jesús
En realidad, Jesús no expone una doctrina -una teoría- sobre la naturaleza y origen del dolor. Lo que realmente hace Jesucristo es alentar al sufrimiento y Él mismo lo asume hasta cotas insospechadas. En concreto, éstas son sus enseñanzas:
- Jesús proclama que la cruz es condición para ser su discípulo (Mc 8, 34; Mt 16, 24; Lc 9, 23; 24, 27). Su consig­na es una invitación al sufrimiento: «El que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí» (Mt 10.38). Pero Jesús no sufre al modo estoico: Él mismo pide al Padre que le quite el cáliz que ha de beber (Mc 14, 36).
- Jesús se compadece de los que sufren y mitiga el dolor ajeno (Lc 7, 11-15). Casi todos los milagros son signos de alivio del dolor. En esto se concreta la biografía que hace San Pedro: «Pasó haciendo el bien y sanando a todos» (Hech 10, 38).
- El dolor no es castigo por los pecados. El ciego de nacimiento, no «pecó él ni sus padres», es «para que se manifieste en él la gloria de Dios» (Jn 9, 1-4). Pero otras veces Jesús destaca el castigo punitivo: es el símbolo de la maldición de la higuera (Lc 13, 6-9).
- El dolor en la vida de Jesús. Es lo más destacable. No se conserva discurso alguno en el que Jesús «teorice» sobre el dolor. Lo que transmite la Revelación son las cua­tro amplias narraciones de su Pasión, en las que Jesús asume todos los dolores -físicos y morales- de una mane­ra límite y extrema: la muerte ignominiosa en la cruz es el paradigma del dolor humano.
Por consiguiente, la doctrina cristiana sobre el dolor no es una explicación filosófica, psicológica, médica ni siquiera ética, sino teológica y aún mejor cristológica: el ser y la existencia de Jesús corresponden a la «kénosis»; su biografía es el anonadamiento, hasta «la muerte y muerte de Cruz» (Fil 2, 5-11).

b) Teología de San Pablo sobre el dolor
El Apóstol, al meditar en la vida y pasión de Jesús, saca las consecuencias y reflexiona sobre el sentido del dolor. Éstas son sus tesis fundamentales:
- Pasión y resurrección. Pablo no se detiene tanto en la pasión cuanto en la resurrección (Rom 8, 34), pues, al resucitar, Cristo muestra el triunfo sobre la muerte (1 Cor 15, 5-57). Esta nota biográfica de la vida de Jesús debe ilu­minar la vida del hombre: el sufrimiento de aquí lleva al gozo de la eternidad (Rom 8, 18-19; 2 Cor 4, 17).
- La muerte de Cristo, señal de un gran amor. Mediante su pasión, Jesús demostró su amor a los hom­bres. La consecuencia que saca el Apóstol es: «Me amó y se entregó a la muerte por mí» (Gal 2, 20). La cruz es la señal del gran amor (Rom 5, 5-11).
- Mediante la pasión de Cristo, el mundo está salvado. La comparación entre Adán y Cristo muestra el anverso y el reverso de la historia humana: si por Adán entró el pecado, por Jesús viene la salvación (1 Cor 15,21-22).
- Somos corredentores con Cristo. Puesto que el dolor es el precio de la redención: «habéis sido comprados a un gran precio» (1 Cor 6, 20). San Pablo también ofrece sus padeci­mientos «por vosotros yo suplo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1, 24).
- El valor del sufrimiento. El dolor ya no es un castigo ni un abatimiento, sino que el dolor es «ocasión para padecer por Él» (Fil 1, 29). Pablo se alegra en sus sufri­mientos (Fil 2, 17); «son su gloria» (Ef 3, 13); «no se avergüenza de sus padecimientos» (2 Tim 1, 12), sino que son «su consuelo» (2 Cor 1, 5-6). Él se gloria de «predicar a Cristo y a Cristo crucificado» (1 Cor 2, 2).
En resumen, la cruz que «era necedad para los que pierden», v constituía un «escándalo para los judíos y locura para los gentiles» se convierte «en poder de Dios para los que se salvan» (1 Cor 1, 18-23).
A la vista de la vida de Jesús, de sus enseñanzas en la pasión y muerte y de las reflexiones de los Apóstoles, la tradición profundizó en el origen del mal que sitúa en el pecado de Adán y en los pecados de los hombres. El origen del mal físico está en el mal moral. Es la tesis de Santo Tomás.

3. ¿Por qué el dolor?

La respuesta del cristiano es inmediata: el dolor no es maldito, ni siquiera es un mal, dado que Cristo nos redimió con el dolor, y por ello, desde entonces, la cruz es la señal de un gran amor y el signo de la salvación. Pero no se ha hecho más que arrastrar la dificultad del gran escándalo del mal unos metros más allá. Pues la razón sigue preguntando: ¿por qué Cristo nos redimió con la cruz y no con el gozo? ¿Por qué nos redimió en el Calvario y no en la fiesta que siguió a la multiplicación de los panes y de los peces?
Si Cristo muriendo en la Cruz es la respuesta al dolor, no hemos hecho más que retrotraer las dificultades. El mal y, más en concreto, el dolor es una gran aporía. No obstante, desde el pensamiento cristiano cabe una cierta iluminación de esta oscuridad. He aquí algunos jalones:

a) La libertad del hombre
Muchos males -¡la mayor parte!- son fruto del mal ejer­cicio de la libertad humana. No cabe imputar a Dios las graves injusticias sociales, ni el hambre en el mundo, ni las guerras, ni los campos de concentración, etc.: los males que ocasiona el hombre tienen su origen en el mismo hombre y Dios no hace más que «lamentar» el mal uso que hace el hombre de este gran don, que es la libertad.

b) La limitación humana
Otro cúmulo de males provienen de la limitación humana: todo lo vivo se deteriora, envejece y muere. Así, los males del cuerpo son debidos al deterioro inherente a toda la materia que con el uso se gasta. Tampoco el «espí­ritu encarnado» es ajeno a esta ley Asimismo, la existencia del hombre no es eterna, sino que el organismo humano se deteriora y muere. El hombre, como ser finito, tiene que aceptar su propia limitación.

c) La acción de las fuerzas de la naturaleza
También el hombre está sujeto a las fuerzas de la natu­raleza, al fin y al cabo, si el hombre es «un-ser-en-el-mundo», sufre el influjo del entorno. Pero la naturaleza no es sólo la puesta del sol o la primavera, el cosmos tiene sus manifestaciones en el movimiento del mar, en el viento y en la fuerza de los terremotos. Por ello, esos zarpazos de la naturaleza que dan lugar a los cataclismos (CEC, 310).

d) La incógnita de Dios
Las razones expuestas no dan razón total del sufri­miento humano. Todavía quedan incógnitas que no es fácil eliminar. El resto queda en el misterio del actuar de Dios: “Dios sabe más!», y al hombre se le ocultan las razones por las que Dios per­mite tantos males que en ocasiones parecen inútiles. Santo Tomás Moro escribió a su hija desde la Torre de Londres en espera del martirio: «Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor» (Carta a su hija, cfr. CEC, 313).
Es evidente que estas razones no logran esclarecer el gran misterio del dolor. Para ello es preciso ir a los oríge­nes del primer pecado: allí en el «mysterium iniquitatis» (2 Tes 2, 7) se encuentra el origen del primer mal. Como enseña San Pablo, «la muerte entró en el mundo por el pecado» (Rom 5, 12-21) y, a partir de este hecho, todo queda averiado: el interior del hombre (Rom 7,17-25) y el mundo cósmico (Rom 8,19-23).
Supuesto el pecado de origen, con esa lesión profunda del ser humano, el mal físico -el dolor y la enfermedad- atempera la malicia del hombre. Dado el orgullo humano, sería tremendo pensar qué seria el mundo si el hombre no tuviese en cuenta el deber y no temiese el hecho de la enfermedad y de la muerte. Se olvidaría de Dios y haría su mundo. Entonces, seguro que, sin cataclismos cósmicos, aumentarían los campos de concentración y de extermi­nio. De este modo, el dolor sirve al hombre de rehabilita­ción, le impide absolutizar los valores temporales y le impulsa a acordarse de Dios, porque necesita de El.

4. Eliminación del mal

Pero el cristiano no es un fatalista frente al mal y menos aún un masoquista que se goza en él. El cristiano tiene la obligación de combatir contra el mal injusto e impedir que crezca y se reproduzca. Si muchos males -el mayor cúmulo- son ocasionados por la libertad torcida del hombre, la fe cristiana demanda una «lucha por la jus­ticia», por lo que el cristiano debe sentirse movilizado en la batalla contra ese mal.
El otro cúmulo de males que proceden de la limitación de la naturaleza, el hombre lucha para vencerlos. Así com­bate el dolor con analgésicos y canaliza el río para que no se desborde.
Quedan como gran incógnita esos otros males que no tienen una causa conocida y que despiertan el misterio de Dios, entonces no cabe más que acogerse a su voluntad oculta y confiar, mediante la esperanza, en el final del mal y en el comienzo de todos los bienes. Pues, como enseña San Pablo: «Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación de la gloria que ha de manifestarse en nosotros» (Rom 8, 18).

Pbro. Luis Rifo Feliu